Los primeros momentos de la ofensiva de Kursk. Michael Wittmann. As de Tigres

Finalmente, a las 03:45 horas se dio la orden de avance. Wittmann y su tripulación, junto con el resto del elemento panzer, estaban sometidos a una presión extrema. Debían avanzar y destruir a los defensores soviéticos tan pronto como fuese posible y crear una ruptura para las unidades de asalto de infantería de los siguientes escalones.

De repente, sin advertencia previa, un gran número de cañones contracarro soviéticos dejaron escapar sus bruscos ladridos y comenzaron a acribillar el área por dónde avanzaba la sección de Tiger I de Wittmann. «¡Nos atacan, nos atacan!», gritó Wittmann por el interfono del carro. El conductor de Wittmann continuó la marcha a toda velocidad y pasó junto a otro Tiger al que le habían volado la cadena derecha, que se había salido del todo. La tripulación de este carro no salió del mismo, ya que los comandantes panzer tenían órdenes de continuar luchando desde sus blindados en el caso de que quedasen inmovilizados por cualquier motivo.

En tanto que los carros pudiesen luchar, debían proporcionar fuego de apoyo y cobertura al resto de blindados en su avance durante el mayor tiempo posible y hasta agotar la munición de 88 mm de a bordo. Verlos luchar en su estado insuflaba ánimos a la infantería que venía detrás, ya que parecía que nada ni nadie podría detener a los alemanes en su avance.

De repente, a no más de 100 metros frente al Tiger de Wittmann se produjo el enorme fogonazo de una gran explosión y, a continuación, la ensordecedora onda expansiva golpeó de plano a Wittmann en el rostro. Fue tan abrumador que en un primer momento pensó que había salido despedido de su cúpula blindada. Entonces se vio colgando de la misma y tratando desesperadamente de erguirse de nuevo. El proyectil de artillería soviético había sido de gran calibre y había levantado…

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Los últimos momentos del maestre de campo Francisco Sarmiento en el sitio de Castelnuovo. Los Tercios en el Mediterráneo. Hugo A. Cañete

Una vez dentro se dirigió Garci Méndez a la puerta para ver si podía abrirla y meter dentro del castillo al maestre de campo herido y al resto de capitanes y soldados que seguían fuera. Los defensores, temiendo la ira de los jenízaros y viendo la poca gente que quedaba en pie en el interior, por estar la mayoría heridos, la habían tapiado y abastionado, no pudiéndose abrir.

Entonces subió el alférez a la muralla y le dijo al maestre de campo de lanzarle la maroma para que subiese por una ventana. Francisco Sarmiento, mal herido de tres flechazos en la cara y en la cabeza le gritó:

«Nunca Dios tal quiera que yo me salve y los compañeros se pierdan sin mí».

 En ese momento llegaron los jenízaros a las inmediaciones de la muralla. Sarmiento, viendo ya perdida la plaza prefirió luchar y morir con los que tenía en su derredor antes que buscar la protección del castillo, que a la postre lo llevaría a la esclavitud, así que espalda contra espalda se dispusieron aquellos españoles a luchar hasta el final. El maestre de campo gritaba a los que tenía alrededor:

«Mirad, amigos, hijos y compañeros como peleáis con estos infieles, ya que la muerte cierre nuestros ojos no sin dar muestra de firmes cristianos y valientes españoles, pues que pudiendo vivir sin pelear, nos guardamos para hacer tan honrado fin. Mirad no huya nadie, mirad como pelean aquellos sobre los cuerpos ya difuntos».

Al fin quedaron rodeados por los turcos, sin que los jenízaros mostraran intención de querer matar al maestre de campo. Algunos de éstos le decían en español <rendíos, señor, no queráis morir tan míseramente>. Pero ignorándolos siguió peleando, igual que el capitán Juan Vizcaíno y el capitán Frías, que hacían otro tanto unos metros más allá. Dejemos que sea Cereceda el que narre el final del maestre de campo Francisco Sarmiento:

«el capitán Juan Vizcaíno, que muy cerca de él estaba, también cercado de otros jenízaros, peleando valerosamente, uno de estos jenízaros le da un golpe de espada en la cabeza que lo hace desatinar, y así, se va contra del maestre de campo y se abraza con él. Al momento, éstos, que venían en contra del capitán Juan Vizcaíno dan en el maestre de campo y lo matan, que no pudo ser salvado por los otros jenízaros que primero lo tenían cercado. Así, ellos, como los demás que en torno del castillo estaban, fueron hechos pedazos».


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Michael Wittmann al frente de sus Panzer III de la sección de reconocimiento en Járkov (febrero-marzo de 1943)

Michael Wittmann estaba muy excitado de volver a estar de nuevo en acción, pero tenía que mantener la cabeza fría. Dio instrucciones a los conductores de su sección y trató de guiarlos lo mejor que pudo en el rumbo correcto, Kirschmer cambiaba de marcha tan rápido como podía
y marcharon hacia el objetivo a toda velocidad.

A derecha e izquierda, y detrás de él, Wittmann podía oír el rugido de los motores de los demás
carros de combate mientras se ajustaba los auriculares al objeto de asegurarse de que todo estaba listo para el enfrentamiento. «¡Preparaos para el ataque!», gritó Wittmann a los tensos miembros de su tripulación. Mientras Wittmann cerraba su escotilla, la calle que había delante
del carro de combate se convirtió en un diluvio de fuego procedente de todas direcciones. Los primeros proyectiles de los cañones contracarro aullaron por encima de la torreta de su carro con un gran remolino de aire.

Wittmann ordenó entonces al conductor que parase, Woll había apuntado ya el cañón de 50 mm y todo lo que necesitaba eran unos últimos ajustes en su dispositivo óptico. Wittmann dio su primera orden de fuego y, con un poderoso crujido y una fuerte sacudida del carro, el proyectil salió disparado en dirección al cañón contracarro enemigo. Apenas dos segundos más tarde se vio un brillante fogonazo entre rojo y naranja y resonó el eco de una explosión en toda la población.

El proyectil de alto explosivo había dado en el blanco y el cañón resultó totalmente destruido junto a su dotación. Se elevaba una columna de humo y fuego y la munición de la pieza, dispuesta a unos pocos pasos, también fue alcanzada y estalló. La casa que había ocultado al cañón contracarro era ahora una pila de maderas ardientes que iluminaba el cielo plomizo y lo acariciaba con sus llamaradas.

«¡Blanco!», gritó Woll mientras Berges cargaba otro proyectil en el cañón. Para entonces ya disparaban los cinco panzer y la adormecida villa había vuelto a la vida. Los soldados de infantería soviéticos trataban de ponerse a cubierto y de repeler el ataque de los carros alemanes. Wittmann ordenó a su conductor que avanzase al interior de la localidad. Pollmann disparaba su MG 34 frontal contra cualquier cosa que osase moverse….

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Michael Wittmann en Barbarroja con su Stug III. As de Tigres

Mientras Wittmann y Petersen, su cargador, observaban a través de los prismáticos, oyeron de repente el sonido familiar de carros de combate en movimiento. Wittmann ordenó a su conductor que apagase el motor para poder escuchar mejor, pese al resquemor de que no arrancase cuando fuese necesario. Como había estado algo sobrecalentado, pensó que así tendría oportunidad de enfriarse un poco.

Trató desesperadamente de adivinar por dónde aparecerían los carros de combate enemigos y avisó a su tirador de modo que pudiese disparar el primer proyectil y lograr un impacto directo, algo que aturdía y confundía generalmente a los comandantes de blindados del Ejército Rojo. Lo habitual era que se parasen en seco y tratasen de localizar el origen del fuego. Una vez que estuviesen completamente detenidos serían blancos fáciles, momento que aprovecharía el tirador de Wittmann para comenzar a destruirlos. «Allí están», gritó Klinck, que estaba deseando colocar un proyectil de 75 mm bien apuntado a uno de los blindados enemigos que se aproximaban. Koldenhöff arrancó el motor Maybach, que volvió a la vida con un gran rugido para gran alivio de todos los tripulantes.

«¡Conductor! ¡Sube un poco más la ladera!», ordenó Wittmann, dándole instrucciones para que maniobrase el vehículo hasta la posición de las once en punto con el fin de obtener una mejor posición defensiva en un manchón de matorral. Wittmann observaba los carros soviéticos que se aproximaban y trataba de localizar el blindado del jefe de la formación. Sería reconocible por llevar una antena de radio y, si Wittmann y su tripulación lograban destruirlo, contribuirían a generar una completa confusión y desorden aislando al resto de carros de las
instancias de mando superiores.

El StuG III llegó finalmente a la mancha de maleza de la cresta de la colina. Wittmann ordenó a su conductor que se detuviese con el fin de que tanto él como su cargador tuviesen una panorámica de la zona y así poder observar a los vehículos blindados enemigos. Trató desesperadamente de detectar a los carros soviéticos a través de sus prismáticos, pero en ese justo momento no lograba verlos.

«¡Conductor, otros 10 metros!», aulló el comandante. El StuG III avanzó de nuevo mientras Wittmann y el cargador observaban el frente en busca de los blindados enemigos. Tan pronto como el vehículo se adelantó unos metros, Wittmann divisó de repente los carros soviéticos sin la ayuda de binoculares. Avanzaban al noreste de un barranco y mientras contaba el número de vehículos su corazón empezó a latir con fuerza, ya que no paró hasta llegar a doce T-34/76 soviéticos….

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La ofensiva de julio de 1944 en el eje de Kovel. Cazador de Panzers. Vasiliy Krysov

La preparación artillera duró unos treinta minutos. A continuación, nuestra fuerza aérea atacó las posiciones enemigas con bombardeos de alfombra y ataques a tierra. Al fin, comenzó la ofensiva. Los blindados y la infantería avanzaron al ataque a un mismo tiempo. Comenzaron a producirse feroces combates por la primera línea –al parecer, la línea defensiva principal enemiga.

Los carros de combate, cañones autopropulsados y la infantería progresaron lentamente detrás de una cortina de fuego progresiva que fue tendiendo nuestra artillería. Para el mediodía habíamos penetrado en las defensas enemigas y nos aproximábamos a los asentamientos de Dubova y Moshona. Dichas poblaciones resultaron estar fuertemente defendidas y el enemigo ofreció una enconada resistencia. Dos de nuestros carros de combate fueron incendiados y cayeron un buen número de nuestros fusileros.

Sin embargo, para últimas horas del día habíamos tomado estos asentamientos, que, de hecho, habían sido incorporados al sistema defensivo de Kovel. Toda la tripulación se desempeñó de manera espléndida en combate, coordinaron sus acciones de modo sobresaliente y mi cargador Mozalevsky, siguiendo mis instrucciones, hasta se procuró una ametralladora MG-42 una vez que hubimos expulsado a los alemanes de su primera línea de defensa.

Tras perseguir al enemigo en retirada durante toda la noche, con choques ocasionales contra destacamentos de retaguardia, llegamos a la línea Krugel’ – Bosque a 2 kilómetros al este de Krugel’ al amanecer del 7 de julio. Nuestro avance se vio aquí detenido por un intensísimo fuego de artillería, carros de combate y cañones de asalto atrincherados en la Cota 197.2, que había sido convertida en una posición fortificada por el enemigo. Ocultamos rápidamente los carros y los cañones autopropulsados entre los pliegues del terreno y los camuflamos completamente.

Al carecer de blancos claros, los alemanes dispararon sobre nuestro bosque de forma aleatoria. El ambiente estaba tan cargado y hacia tanto calor que ni de noche nos libraba el bosque del bochornoso aire de julio; los monos de las tripulaciones estaban empapados de sudor y nuestras caras sucias como las de un fogonero….

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