Escolta de bombarderos en apuros. EL GRAN ESPECTÁCULO. Pierre Clostermann

De repente, en mitad del cielo salpicado de paracaídas y aviones en llamas, Jacques divisó aviones Focke Wulf que se abalanzaban sobre 4 Fortalezas Volantes que se quedaban atrás intentando proteger a un Liberator que llevaba un motor incendiado. ¿Qué podíamos hacer? Era imposible pedir ayuda en este caos infernal. Todos los Spitfire, hasta donde alcanzaba la vista, se arremolinaban en combates cerrados y parecían chocar contra las nubes y rebotar de nuevo como boxeadores contra las cuerdas de un ring. Miré el indicador de combustible. Todavía quedaban 2 minutos. No importa, no sería una gran pérdida.

«Hola, Jack, soltando a mi bebé». Me agaché y tiré fuerte del mecanismo de liberación del depósito auxiliar mientras Jacques vigilaba. Liberado de la carga, mi Spitfire brincó hacia adelante.

«¡Al ataque!».

Con los colimadores encendidos y el dedo puesto en el botón de disparo, realizamos sendos giros invertidos y nos lanzamos sobre los Focke Wulf que rodeaban a los bombarderos. Mientras picaba, me mantuve alerta y traté de elegir a uno. Atacaban por todos lados. Una de las Fortalezas entró lentamente en barrena. Otra estalló de repente y la explosión le arrancó un ala al bombardero que estaba a su derecha. Se formó un gran hongo oscuro, del que caían restos ardientes. La silueta, ahora asimétrica, del Fortaleza Volante se hizo más pequeña y tenue, cayendo igual que una hoja seca. Como si fuesen clavos nuevos y brillantes en una pared, uno, dos, cuatro, seis paracaídas salpicaron de repente el cielo. Pasé a unos metros de un Focke Wulf tocado que arrastraba un velo negro –no tenía sentido desperdiciar munición, estaba condenado. Tuve la sensación de sumergirme en un acuario lleno de peces dementes.

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Carga soviética contra una trinchera alemana. PICADORA DE CARNE

Un integrante de la Grossdeutschland vio así el ataque soviético a sus posiciones en Bely: «Hacia las 09.00, el primer [carro de combate soviético] cruzó nuestras líneas y embistió nuestros cañones contracarro; uno pasó directamente sobre nuestra trinchera. Por desgracia, no teníamos a mano granadas de mano ni cargas de demolición. Cuando escampó un momento, pudimos ver a nuestra infantería arrastrándose por las posiciones y oímos el “¡Hurra!” de los bolcheviques. Intenté por todos los medios enviar las soluciones de tiro a los cañones, llegué a ver un impacto, pero para cuando se efectuó el siguiente disparo caía una cortina de nieve tan gruesa delante de nosotros que no podíamos ver nada más.

De repente, a eso de las 10.00, aparecieron otros 10 T-34 frente a nosotros y pasaron por encima de nuestras trincheras. Cien pasos por detrás los seguía la infantería rusa. Nos preguntamos por qué nuestros granaderos no disparaban y entonces los vimos retroceder en grupo detrás de nosotros. ¿Qué hacer? Si retrocedíamos también, los rusos no tardarían en llegar a nuestra colina y simplemente nos abatirían mientras bajábamos al barranco. Así que decidimos quedarnos e intentar resistir.

Recogimos todas las ametralladoras y subfusiles a nuestro alcance. El capitán Fromm, que se nos había unido poco antes, tomó el mando de los últimos defensores –unos 45 hombres-, incluidas dos dotaciones de cañones contracarro, varios granaderos y nuestro operador de radio. No había nada más que hacer –teníamos que salir corriendo…».

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Improvisaciones en la ropa de invierno en 1941 en Moscú. OPERACIONES PANZER

El invierno de 1941-1942 fue el más severo de los últimos 100 años en la Rusia europea. La temperatura media diaria durante el mes de enero de 1942 en el área situada al noroeste de Moscú fue de -35,5º C, produciéndose allí la temperatura más baja de toda la campaña rusa (-52,8º C) el 26 de enero. Nuestras tropas, en el caso de que tuvieran alguna ropa de invierno, vestían solo el abrigo de reglamento, el jersey, la faja y la capucha; piezas diseñadas para el invierno alemán. La mayoría de las prendas de invierno donadas por la población alemana no llegaron a los soldados del frente hasta finales de febrero, después de que el frío ya hubiera causado los peores estragos. A todos los niveles del escalafón los jefes intentaron enfrentarse a la emergencia mediante la improvisación.

Varias divisiones se las compusieron para organizar grandes talleres de costura en las ciudades y pueblos rusos cercanos. De mantas y ropas viejas usadas, los obreros locales produjeron fajas, orejeras, chalecos, prendas para los pies y manoplas de franela con dedos índice y pulgar separados. Finalmente, la mayoría de los hombres lograron protegerse la cabeza y las orejas, al menos parcialmente, utilizando fajas y harapos. Ni que decir tiene que el intenso frío redujo drásticamente la eficiencia de nuestros soldados y de sus armas.

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Brigada Lincoln. DE BELCHITE AL EBRO

Lejos de las intrigas políticas y las luchas intestinas por el poder, la XV BI también vivió su proceso de reorganización, el mejor documentado en los archivos soviéticos. El 6 de abril el capitán Dunbar remitía la relación de las fuerzas de la brigada, que sumaban 1.275 hombres. En tan solo dos días, el número de brigadistas llegados hasta el sector en que se reorganizaban los hombres de la Lincoln, entre Móra la Nova y Falset, se multiplicó considerablemente. El British había pasado de 15 a 211 hombres, el Lincoln-Washington de 11 a 102; el Spanish de 84 a 288 y el Mac-Pap de 50 a 197. El resto formaban parte de otros servicios de la brigada, como los 61 miembros de la unidad de transmisiones que dirigía el capitán Ruskin, o los 96 zapadores que estaban a las órdenes del teniente Francisco Granell. Un día después, el 7 de abril, un estadillo del personal elevaba el número de efectivos hasta los 1.467, aunque solo disponían de 587 fusiles, 38 ametralladoras ligeras y cinco pesadas.

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Patton, Bradley, Montgomery y la bolsa de Falaise. ARTE OPERACIONAL

La bolsa de Falaise pudo cerrarse con mayor rapidez de no ser por la fricción entre los generales aliados. Patton había llegado a odiar a Montgomery en Sicilia cuando mandaban el Séptimo Ejército norteamericano y el Octavo Ejército británico, respectivamente, y se lanzaron a una carrera por llegar antes al puerto de Mesina. A pesar de la indulgencia con la que trató Montgomery a los norteamericanos en Normandía desde el Día D, los numerosos puntos de fricción habían exacerbado ya resentimientos, tanto en Bradley como en Patton. Estos dos últimos, distanciados por excentricidades como el abofeteamiento de soldados en Sicilia y otros indicios de inestabilidad de carácter del segundo, habían recuperado en gran medida su amistad por su aversión común hacia Montgomery. En agosto de 1944, Patton se aprovechaba de la circunstancia y alentaba el deseo de Bradley de mantenerse alejado de Montgomery.

Con la estructura de mando vigente en agosto, Bradley hubiese necesitado el permiso de Montgomery para alterar la línea divisoria entre los grupos de ejércitos a efectos de facilitar la continuación del avance norteamericano a través de Argentan. Pero Bradley no iba a coger el teléfono para pedir a Montgomery el cambio, tal era el abismo que separaba a los comandantes superiores sobre el terreno estadounidense y británico.

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