De repente, en mitad del cielo salpicado de paracaídas y aviones en llamas, Jacques divisó aviones Focke Wulf que se abalanzaban sobre 4 Fortalezas Volantes que se quedaban atrás intentando proteger a un Liberator que llevaba un motor incendiado. ¿Qué podíamos hacer? Era imposible pedir ayuda en este caos infernal. Todos los Spitfire, hasta donde alcanzaba la vista, se arremolinaban en combates cerrados y parecían chocar contra las nubes y rebotar de nuevo como boxeadores contra las cuerdas de un ring. Miré el indicador de combustible. Todavía quedaban 2 minutos. No importa, no sería una gran pérdida.
«Hola, Jack, soltando a mi bebé». Me agaché y tiré fuerte del mecanismo de liberación del depósito auxiliar mientras Jacques vigilaba. Liberado de la carga, mi Spitfire brincó hacia adelante.
«¡Al ataque!».
Con los colimadores encendidos y el dedo puesto en el botón de disparo, realizamos sendos giros invertidos y nos lanzamos sobre los Focke Wulf que rodeaban a los bombarderos. Mientras picaba, me mantuve alerta y traté de elegir a uno. Atacaban por todos lados. Una de las Fortalezas entró lentamente en barrena. Otra estalló de repente y la explosión le arrancó un ala al bombardero que estaba a su derecha. Se formó un gran hongo oscuro, del que caían restos ardientes. La silueta, ahora asimétrica, del Fortaleza Volante se hizo más pequeña y tenue, cayendo igual que una hoja seca. Como si fuesen clavos nuevos y brillantes en una pared, uno, dos, cuatro, seis paracaídas salpicaron de repente el cielo. Pasé a unos metros de un Focke Wulf tocado que arrastraba un velo negro –no tenía sentido desperdiciar munición, estaba condenado. Tuve la sensación de sumergirme en un acuario lleno de peces dementes.
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