
Los Hurricane debían de haber visto mis vehículos de reconocimiento acorazados. Supuse que nos esperaba un segundo ataque. Volví a enviar un mensaje por radio. «Hemos sido atacados por Hurricane, las secciones antiaérea y de artillería han quedado en gran parte fuera de combate. Anticipo nuevo ataque, envíen Messerschmitt». Las bases británicas debían hallarse cerca del frente. Apenas transcurrida una hora, estaban nuevamente de vuelta. Esta vez fue el turno de nuestros blindados. Con consternación, vi desde pocos metros cómo los Hurricane disparaban cohetes que atravesaban directamente nuestros blindados. Eso era nuevo para nosotros.
El único que permaneció en su vehículo fue mi operador de radio, que enviaba mis mensajes. Junto al vehículo estaba mi oficial de inteligencia, que transmitía al operador lo que yo le gritaba. Entonces, un aparato –creí reconocer el emblema canadiense- se acercó en vuelo rasante para atacar el vehículo blindado de radio. Desde una distancia de 20 metros, pude ver claramente la cara del piloto bajo su casco de vuelo. Pero en lugar de disparar, hizo una señal con la mano para que se alejase el oficial de radio y trepó con su aparato en un pronunciado ascenso. «Saca al operador del vehículo», grité, «a cubierto, los dos». El aparato había girado y se dirigía de nuevo hacia nosotros saliendo del sol por segunda vez. Esta vez disparó sus cohetes contra el vehículo de la radio. Por fortuna, los impactos no causaron demasiados daños. Esta actitud del piloto, fuera canadiense o británico, se convirtió para mí en el ejemplo de juego limpio en esta guerra despiadada.
Nunca olvidaré su cara ni el gesto de su mano.
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