El general von Manstein. LA WEHRMACHT SE RETIRA

El Generalfeldmarsahll Erich von Manstein fue ciertamente un genio, un hecho que él siempre estuvo dispuesto a recalcar. Pasó gran parte de la guerra haciendo justamente eso y en las memorias que escribió con posterioridad, su genialidad, junto con los juicios denigratorios sobre todos y cada uno de los demás oficiales del ejército, fue el tema principal. Su personalidad podía llegar a ser áspera y su lengua afilada. Uno de sus oficiales de operaciones, el Oberst Theodor Busse, mirando atrás, recordaría el momento en que se encontró con él: «Durante las primeras semanas no podía verlo ni en pintura; nunca abandoné su presencia sin sentirme dolido».

Sin embargo, hay algo de verdad en el viejo dicho que indica que si puedes demostrarlo no es fanfarronería y Manstein podía. Entendía bien tanto las operaciones móviles modernas como el modo tradicional alemán de hacer la guerra en el que tenía que planificarlas y ejecutarlas. Podía asimilar una situación muy compleja con solo echarle un vistazo al mapa y una vez que había tomado una decisión, la ejecutaba despiadada y resueltamente.

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Franz Stigler se acerca al B-17 de Brown por detrás. MÁS ALLÁ DEL DEBER

Algo va mal, pensó Franz cuando vio que las ametralladoras de cola apuntaban inertes hacia tierra. Sus ojos se fijaron en el estabilizador izquierdo del bombardero. Descubrió que se lo habían volado. «Dios mío», musitó. «¿Cómo es posible que sigas volando?». Cuando las alas del bombardero llenaron todo el parabrisas de su carlinga, Franz sabía que era el momento de disparar. Su dedo se apoyó en el gatillo, listo para apretarlo. Pero las ametralladoras de cola seguían apuntando en silencio hacia abajo.

Desde unos cien metros de distancia, Franz vio el puesto del ametrallador de cola y descubrió por qué las ametralladoras de casi ciento veintidós centímetros de largo nunca llegaron a levantarse. Fragmentos de metralla habían arrasado el compartimiento. Faltaba el plexiglás. Retrayendo de nuevo la palanca de gases para ajustarse a la velocidad del bombardero, Franz se puso detrás de su cola. Vio orificios del tamaño de un puño en un lateral de la posición del ametrallador de cola, por donde habían entrado proyectiles de 20 mm. Al otro lado vio el lugar donde habían estallado, desgarrando la superficie exterior del fuselaje. Fue entonces cuando Franz vio al ametrallador de cola. Con la tela desgarrada del timón flameando silenciosamente sobre su cabeza, Franz vio el cuello de piel de borrego del ametrallador teñido de rojo por la sangre. Acercándose más al bombardero, a una distancia aproximada de la longitud de un avión, Franz vio la sangre del ametrallador congelada en carámbanos que colgaban de los cañones de las ametralladoras, por donde había chorreado. Franz levantó el dedo del gatillo.

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Michael Wittmann ataca una formación de T-34 con un Stug III. AS DE TIGRES

El StuG III continuó avanzando hasta la siguiente cresta de la ladera izquierda de la colina, donde tenía una línea de visión despejada de los blindados enemigos. Wittmann vio como uno de los carros soviéticos se dirigía hacia ellos a solo 400 metros de distancia después de coronar la cresta de una colina cercana. Ya le hubiese gustado detectar a los carros enemigos en el momento de coronar las crestas, pues eso le habría permitido colocar un certero proyectil de 75 mm directamente en sus panzas, la parte menos blindada de los T-34. Con un poderoso rugido del motor, Koldenhöff adelantó el StuG III según las instrucciones de Wittmann hasta que su tirador tuvo visión sobre la cresta de la colina. Tan pronto como se detuviese el cañón de asalto, Klinck solo tendría que hacer unos rápidos ajustes finales en las miras ópticas del cañón y destruir al T-34 enemigo. El StuG III cubrió muy rápido los últimos metros hasta su nueva posición y, mientras Wittmann ordenaba a Koldenhöff detener el vehículo, su tirador ya había fijado el blanco.

«¡Fuego!», gritó Wittmann. El cañón de 75 mm produjo un fuerte chasquido y un gran estrépito. El proyectil perforante buscó su blanco y logró penetrar entre el anillo de la torreta y la parte superior de la superestructura incendiándolo. En cuestión de segundos, la munición que llevaba a bordo se prendió y el carro estalló, volando en pedazos desgarrado por los ribetes de las soldaduras. Como se esperaba, los otros carros soviéticos se detuvieron en seco al no esperar la presencia de un cañón de asalto alemán. Wittmann no perdió un segundo en buscar un segundo blanco.

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La plana mayor del castillo de Rolle tiene que salir a defender la carretera. BASTOGNE.

Con las primeras luces del día, llegó a toda velocidad el teniente Samuel B. Nickels, oficial de inteligencia del 1.er Batallón, al castillo de Rolle, donde se encontraba el puesto de mando del 502.º: «Hay siete carros de combate enemigos y mucha infantería que se acercan por la colina que tienes a tu izquierda», dijo. Los había visto por primera vez cuando marchaban en paralelo a la cresta situada al suroeste de Hemroulle. Atacaban hacia el área de la línea divisoria entre los sectores de los 502.º y el 327.º Regimientos.

El castillo se evacuó casi antes de que el teniente Nickels terminase de hablar. Los cocineros, los oficinistas, los operadores de radio y los capellanes fueron reunidos al mando del capitán James C. Stone, jefe de la Compañía de Plana Mayor del 502.º Regimiento, y se marcharon a toda velocidad hacia el oeste, en dirección a la siguiente colina. Desde la puerta del castillo de Rolle, la carretera desciende a través de una hondonada y luego se eleva hasta la cresta donde se une con la carretera principal de Hemroulle, unos 3,5 km al noroeste de Bastogne. La fuerza de la compañía de plana mayor del capitán Stone atravesó la hondonada y tomó posiciones orientadas hacia el oeste cerca de la carretera. En pocos minutos se les unieron los hombres heridos del regimiento que podían caminar.

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Francisco Verdugo frustra un motín antes de la batalla de Noordhorn. LA GUERRA DE FRISIA

Les dije que yo oiría el parecer de los capitanes y cabezas del ejército, por ser los que habían de aventurar sus vidas y honras conmigo. Marcharon mal contentos con mi respuesta, porque vieron que no iba a hacer lo que ellos me aconsejaban sino lo que estimase conveniente en el consejo con las cabezas y capitanes del ejército. Yo había advertido que el enemigo tenía ganas de pelear porque dos días antes había dado una encamisada a mi regimiento, aunque de poco fruto. Y viniendo después a mí el consejero Westendorp, no sé si enviado por el magistrado o de motu proprio, me pidió con insistencia que ya que no quería entrar en Frisia al menos saliese de la abadía y me adelantase a Noordhorn, a una legua en dirección al enemigo. Yo lo consulté con los capitanes y con el teniente coronel Taxis, el cual respondió que lo haría, pero que había dos capitanes de los suyos, cuyos nombres me dijo, que le eran rebeldes y de mala voluntad. Yo le dije que les diésemos de puñaladas, y como Taxis les fue a decir esto, no volvieron a hablar más del asunto.

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