El FW 190 amarillo de von Graff. El Gran Espectáculo. Pierre Clostermann

Me quedé atónito. ¡Había derribado a dos boches! Estaba, al mismo tiempo, rebosante de orgullo y temblando de los nervios reprimidos, que ahora estaban a flor de piel. ¿Y Martell? ¿Qué había sido de él? Volvería a pensar que lo había dejado en la estacada. El cielo estaba vacío. Aunque empezaba a acostumbrarme, volvió a sorprenderme el fenómeno de esta repentina desaparición de todos los aviones. Los Focke Wulf, que tal vez se habían hartado, descendían hacia su base y empezaban a fundirse con el paisaje 3.000 metros por debajo de mí.

El Gran Espectáculo. Pierre Clostermann

¡Se habían ido todos… salvo uno! Mirando hacia arriba pude ver, muy por encima de mí, un Spitfire –probablemente el de Martell- y aquel famoso Focke Wulf amarillo. Fue una exhibición fascinante –toda la gama de acrobacias aéreas; giros Immelmann, toneles rápidos-, la panoplia completa. Pero ninguno de los dos lograba situarse en posición ventajosa respecto del otro. De repente, como si se hubiesen puesto de acuerdo, se giraron y se enfrentaron. Era una auténtica locura. El Spitfire y el 190 cargaron uno sobre otro disparándose con todo lo que tenían. El primero en romper estaba perdido, exponiendo inevitablemente su aparato al fuego del otro.

Conteniendo la respiración, vi en como en el momento de una colisión inminente se estremecía el Focke Wulf, sacudido por el impacto de los proyectiles y luego se desintegraba en un instante. El Spitfire voló milagrosamente indemne a través de la lluvia de restos en llamas que se precipitaban a tierra. El piloto saltó y abrió su paracaídas. No había durado más que unos segundos.

Martell y yo regresamos juntos, pero yo estaba muy falto de combustible y tuve que aterrizar en Shoreham para repostar. Estaba todavía tan excitado y exaltado que por poco no acaba mi aterrizaje en catástrofe. La pista del aeródromo era muy corta para un Spitfire IX y tuve que frenar con tal brusquedad que casi se desprende mi tren de aterrizaje.

Rodé hasta el camión cisterna que había junto a la torre de control, corté contacto y bajé a tierra con aire de superioridad, como si se pudiese leer en mi cara que acababa de derribar a dos aviones enemigos. No pude resistir la tentación de llamar a Biggin Hill desde la oficina de guardia, en parte para hacerles saber que estaba sano y salvo, pero, sobre todo, por el placer de anunciarlo de manera informal (con una mirada disimulada alrededor de la gente de la oficina):

«¡Ah!, por cierto, he derribado un par de Focke Wulf». Un poco infantil, tal vez, pero nada desagradable.

Hice mi primer tonel de victoria sobre el área de dispersión de Biggin Hill con un ánimo casi devoto. Martell confirmó mi primer éxito. Había visto cómo el Focke Wulf se incendiaba. El segundo lo confirmaría seguramente la película de la cámara del ala….

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El poder naval incontestable de las armadas del Rey – Felipe II y el mito de la Armada Invencible

… llegado a esta altura del relato de lo acontecido en el verano de 1587, es necesario hacer una reflexión, probablemente algunos de los lectores se hayan dado cuenta. Para quienes aún creen que en breve tiempo (faltaba un año) la marina inglesa se apoderaría de las capacidades navales destronando a la armada española, es interesante resaltar el potencial que la Corona hispana disponía en el Atlántico.

Felipe II y el mito de la Armada Invencible – Antonio Luis Gómez Beltrán

A la vez que se acopiaba se actuaba, con el consiguiente desgaste sobre los medios, recursos humanos y materiales. En la segunda quincena de julio dos potentes agrupaciones se encontraban en la mar; por un lado una poderosa armada navegaba de Lisboa a las Azores con 36 naves de guerra, y por otro, la agrupación armada-flota navegaba desde Cádiz a Lisboa con 82 velas, y en Lisboa quedaba la Escuadra de Galeras con ocho naves. Además, en Pasaje se aprestaba otra armada de naos gruesas, en estos momentos no operativa. A esto habría que sumar las casi 107 velas que navegaban de las Indias a España. Todo un portento de poder naval…

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La destrucción del Convoy H. HMS Aurora – El último corsario. Josep Baqués

Lo sucedido a partir de ese instante recuerda sobremanera otras operaciones de caza de convoyes enemigos. Una vez alcanzada la mejor situación táctica posible, el HMS Aurora se aprestó a dirigir el ataque final como guía de su formación, con los demás buques en línea de fila, siguiendo sus movimientos, a 20 nudos. Lo hicieron en el siguiente orden: Aurora, Sirius, Argonaut, Quiberon y Quentin. Gracias a los equipos de radar, cada vez más perfeccionados, ya no era preciso desplegar y dispersar la fuerza atacante para localizar visualmente el objetivo.

HMS Aurora – Josep Baqués

En un buque de guerra, en pleno combate, la mayor parte de la dotación no puede ver al enemigo. Cada cual ocupa su puesto en el interior de ese buque. Solo unos pocos afortunados con destinos en el puente de mando, o en algunas de las piezas de artillería, o en los directores de tiro, son capaces de seguir los avatares de la batalla naval en vivo. Pero en esta ocasión todo estaba a punto para evitar que eso se repitiera. Porque Agnew se sacó de la manga una curiosa novedad. Le comunicó al alférez de navío Kenneth More, hasta entonces destinado en los cañones de 102 mm como oficial de tiro, que lo relevaba de ese puesto táctico.

Al parecer, no estaba muy satisfecho con el rendimiento de su subordinado. More era uno de los novatos que se habían incorporado a la dotación del crucero durante el parón de Liverpool, en la primavera anterior. Pero pronto lo reubicó. Sin embargo, Agnew no lo situó en un puesto de combate, sino que lo envió al puente bajo del Aurora para que, desde allí, el teniente More pudiera… ¡llevar a cabo la retransmisión en tiempo real del combate que se iba a librar en breve, utilizando los servicios de megafonía del buque! Esto causó sensación en el resto de la dotación y dicen las malas lenguas que esta práctica fue copiada por más unidades de la Royal Navy. Al terminar la guerra, Kenneth More pasó de ser un discreto oficial de artillería a convertirse en uno de los actores de cine más reputados del Reino Unido…

Aunque había tantos buques en la escolta como en la Fuerza Q, los cruceros británicos atacaron con decisión desde el principio, aprovechando su superioridad balística, sembrando la confusión en el convoy italiano. Los torpederos hicieron ademán de virar para alejarse hacia el Este, arrastrando tras de sí a los cuatro transportes, mientras los destructores aproaban hacia la Fuerza Q para posibilitar la huida del resto del convoy. Sin embargo, apenas iniciada esta maniobra, las primeras salvas de los buques británicos comenzaron a caer sobre esos buques. Demasiado pronto para ellos.

La primera nave alcanzada fue uno de los transportes, el KT-1

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HMS Aurora – El Mediterráneo en la Segunda Guerra Mundial
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El primer encuentro con un Fw 190. El Gran Espectáculo. Pierre Clostermann

La voz de Holmes me había sobresaltado. Entonces entró Martell:

«Atención, Brutus, aquí Amarillo 1. ¡Estelas de vapor a las tres en punto!».

Miré a mi alrededor y, de repente, vi las reveladoras estelas de condensación de los alemanes, que empezaban a converger sobre nosotros desde el sur y el este. ¡Dios Santo, qué rápido venían! Retiré el seguro del botón de disparo.

El Gran Espectáculo – Pierre Clostermann

«Aquí Brutus. Mantened los ojos bien abiertos, muchachos. Trepad a toda velocidad».

Aceleré y cambié el paso a corto, acercándome instintivamente al Spitfire de Martell. Me sentí muy solo en un cielo repentinamente hostil.

«Aquí Brutus. Abrid bien los ojos y preparaos para romper por izquierda. ¡Los bastardos están justo encima!».

A 900 metros sobre nuestras cabezas comenzó a formarse una filigrana y ya se podía distinguir el brillo de las esbeltas siluetas en forma de cruz de los cazas alemanes.

«¡Aquí vienen!», me dije, hipnotizado. Se me cerró la garganta, los dedos de los pies se me enroscaron en las botas. Me sentía como si estuviese asfixiado en una camisa de fuerza, envuelto en todos esos cinturones, tirantes y hebillas.

«¡Turban, rompe por derecha!», gritó Boudier. En un instante, vi surgir ante mí las escarapelas del Spitfire de Martell. Incliné mi avión con todas mis fuerzas, di gases a fondo y me puse en su estela. ¿Dónde están los boches? No me atreví a mirar detrás de mí y me giré desesperadamente, pegado a mi asiento por la fuerza centrífuga, con los ojos clavados en Martell, que viraba 100 metros por delante de mí.

«¡Gimlet, ataca por la izquierda!».
Me sentí perdido en el barullo.
«Turban Amarillo 2, ¡rompe!».
¿Amarillo 2? ¡Pero si ese era yo! Con un feroz pisotón al pedal del timón, me separé mientras sentía cómo me subía la náusea de puro miedo. Trazadoras rojas pasaron zumbando junto a mi parabrisas… y, de repente, ¡vi a mi primer boche! Lo identifiqué de inmediato – era un Focke Wulf 190. No por nada había estudiado todos sus ángulos tan a menudo en fotografías y perfiles de reconocimiento…

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Alejandro Farnesio y el buen hacer de Medina Sidonia. Felipe II y el mito de la armada invencible.

No cabe duda, Medina Sidonia sabía de la importancia de la intervención de su armada y de la necesidad de conservar su potencial, y cumplió con el papel asignado. Pero también entendía de la significación de deshacer en el mar la fuerza naval enemiga antes del cruce. Sin perder el norte de su obligación principal, intentó aprovechar las ocasiones de situaciones tácticas (sobre todo el barloventeo) que se le presentaron y estuvo en todos los encuentros capitaneando la defensa de su unidad.

Felipe II y el mito de la Armada Invencible, Antonio Luis Gómez Beltrán

Es más, vista la imposibilidad material de poder ganarle el barlovento y lo huidiza que se manifestaba la flota inglesa cuando se disponía del favorable viento, pidió apoyo de Farnesio para que de sus unidades navales le enviase navíos ligeros que pudieran competir en velocidad y movilidad con los homónimos del enemigo y así llegar a romper el estatus pasivo al que se había visto obligado. Y con seguridad tomó la iniciativa en diversos episodios que dieron lugar a encuentros forzados, aparentemente por ambas partes, como el del 3 de agosto, miércoles, cuando un marino de la experiencia de Juan Gómez de Medina amanece descolgado de la formación española y cercano a la inglesa con su urca el Gran Grifón, incidente o premeditación. Al igual que lo narrado con anterioridad con el galeón San Luis y la urca Duquesa Santana, incidente o premeditación.

Podría pensarse que fue lo segundo a tenor literal de la comunicación, ya referida del 5 de agosto, en que manifiesta a De Parma: «es forzoso las más veces hacerles rostro y responderles con lo mismo [combatir al cañón], y en esto se gasta lo que vuestra excelencia podrá considerar [balas de artillería], sin ser parte para excusarlo ni tener medio ninguno para poder abordar con ellos, aunque se hacen cuantas estratagemas se pueden para obligarles a esto [llegar al abordaje], …»; a esto habría que añadir, probablemente, la iniciativa propia de Recalde del día 31 de julio, que con seguridad lo buscó pero no lo consensuó con sus gentes y, aguantando la posición, recibió al cañón a varios galeones enemigos, por los que fue rodeado sin entrarle a abordar, mientras ciertas unidades de su ala se desentendieron de la situación comprometida en la que se vio inmerso buscando un enganche con los ingleses.

No, el duque de Medina Sidonia no tenía unas instrucciones estrictas que cumplir, sino una estricta misión que llevar a cabo para el buen fin del operativo global, la cual cumplió al menos en su primera parte, pues se posicionó frente a las costas flamencas con su armada intacta y potencialmente peligrosa para la defensa del reino Albión. De lo contrario el mando inglés no hubiese lanzado a la desesperada, con barcos incendiarios la noche de 7 agosto, un ataque improvisado que al día siguiente condujo a la denominada batalla de Gravelinas, más que batalla a una gran escaramuza de combates individuales, desordenados, extendidos y sin un objetivo claro por parte de los ingleses…

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