Formación de comandante y tirador en la Escuela Panzer – Michael Wittmann. As de Tigres.

Pese a lo avanzado del entrenamiento, Wittmann todavía no estaba seguro de hasta qué punto se convertiría Woll en un buen tirador. En el futuro, Woll sería el responsable de si sobrevivían durante un duelo de carros con el enemigo; sus vidas estarían en sus manos.

Para ser justos, sería necesario el esfuerzo conjunto del equipo para sobrevivir a cualquier enfrentamiento, tal y como se le había inculcado a cada tripulación panzer desde el comienzo del entrenamiento. Aún así, solo el tirador podía destruir al vehículo enemigo y, por tanto, recibía un entrenamiento lo más intensivo posible. Wittmann guio cuidadosamente a Woll hasta los blancos de oportunidad y se aseguraba por partida doble de que su tirador disparaba a los blancos correctos en el campo de tiro, etc.

Durante estas sesiones de disparo, Wittmann debía permanecer de pie a través de la cúpula de la torreta agudizando constantemente el ojo con el fin de asegurarse de que escogía los blancos apropiados. Como esperaba, Woll tenía un problema a la hora de ver por su mira telescópica mientras el vehículo estaba en movimiento. La marcha distorsionaba enormemente su visión y las vibraciones armónicas del interior le hacían casi imposible ver a través de su dispositivo óptico.

Al principio, ponía la cabeza directamente en su telescopio y trataba de seguir lo que sucedía en el exterior y localizar paneles de blancos que le señalase Wittmann en el campo de tiro. Esta era una práctica muy sensata, siempre y cuando Kirschmer no pisase a fondo los frenos por alguna razón en el último momento antes de disparar y provocase daños en los ojos o en la cara de Woll. Solo tuvo que sufrir una mala experiencia, viendo su cara aplastada contra el dispositivo óptico, para tener muy presente que no le volvería a suceder. Era bastante obvio que Woll tenía que depender en gran medida de las instrucciones de su comandante, ya que él (y otros tiradores) tenían una gran dificultad para localizar blancos, especialmente si el vehículo se movía a gran velocidad.

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Combate de carros de combate en los campos nevados de Kiev. Michael Wittmann. As de Tigres

Los carros enemigos comenzaron a disparar contra el carro de Lötzsch. La situación se volvió desesperada. Wittmann pudo oír los gritos de ayuda de sus camaradas a través de la radio y de inmediato se dirigió con su carro a proporcionar fuego de supresión al «General Panzer».

Wittmann ordenó a su conductor detener el vehículo y dar marcha atrás hasta una posición oculta mientras Woll giraba la pesada torreta a la posición de las siete en punto y disparaba contra el T-34 que hostigaba el Tiger I de Lötzsch. En un minuto, Woll había destruido dos T-34 que prestaban apoyo al T-34 que había conseguido el tiro afortunado contra el Tiger I de Lötzsch. Wittmann se giró erguido en su cúpula y, de repente, vio otro carro enemigo que había salido de la nada y se dirigía directo hacia su carro de combate.

El blindado soviético iba con las escotillas cerradas y su cañón abrió fuego en el instante en que Wittmann se metía en el interior de la torreta. Los primeros dos disparos del carro enemigo pasaron sobre la cúpula y pudo sentir desde su puesto a su paso la succión de aire del proyectil, lo que lo dejó un poco aturdido durante unos momentos. De haber permanecido erguido unos segundos más, seguramente hubiese sido decapitado. Luego oyó los proyectiles enemigos impactar en la linde del bosquecillo a unos cientos de metros a su retaguardia y, entonces, comunicó su orden de fuego a Woll.

El tirador pasó rápidamente a la acción, apuntó con cuidado y colocó un proyectil perforante en la base de la torreta del T-34 más cercano. El impacto levantó la torreta del carro enemigo un poco hacia atrás, dejándolo fuera de combate al quedar atascado el mecanismo de giro. Sin embargo, el blindado soviético continuó rodando hacia el carro de Wittmann y lo embistió por el lateral izquierdo. Wittmann reaccionó con la velocidad del rayo sacando el subfusil MP 40 de su sujeción.

Lo cargó, lo montó y saltó a través de la escotilla abierta de la cúpula. Sin dilación, comenzó a disparar contra la tripulación enemiga, que para entonces estaba abandonando su carro condenado. Wittmann temía que los tripulantes soviéticos tratasen de abordar el Tiger para lanzar una granada a su interior o que tratasen de disparar una de sus armas ligeras por la escotilla abierta de la cúpula…

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La batalla de las Islas Egates 241 a.C. Las campañas de Amílcar Barca. De la I Guerra Púnica a Isphanya

El caso es que había llegado el momento del combate, los gallardos cartagineses con valentía y decisión no lo rehuyeron, hicieron frente a la flota romana aunque en verdad combatirían en las peores circunstancias militares para los méritos de Kart Hadasht. Tanit, Baal Hammon y Melkart comenzaron a llorar desconsoladamente.

Esta lluvia celestial se abatió sobre la flota cartaginesa que recogió velas, desmontó sus mástiles y se aprestó al combate. Eran inferiores en número, en preparación naval, en posibilidades tácticas y sería una lucha de remeros y al ariete, pocas posibilidades de victoria había, y sin embargo los cartagineses atacaron sin volver la cara en ningún momento. Era el ocaso del poderío naval cartaginés.

La flota romana también recibió la lluvia pero entendió que eran los dioses cartagineses que lloraban desconsolados ante lo que se les venía encima a sus hijos cananeos en el mar. Los dioses de los cartagineses contemplaban cómo los romanos estaban más experimentados, con mejores tripulaciones, con quinquerremes que podían ser más rápidos y maniobrables que los cananeos dado que no estaban lastrados por el transporte de suministros. De esta manera, los lobos romanos se abatieron sobre los leones cartagineses.

La última batalla fue trágica para las armas cartaginesas. Los púnicos se defendieron con arrojo y valor suicida, realizaron proezas navales dignas de su larga tradición marinera, pero no pudieron evitar que las ahora más rápidas y maniobrables naves romanas hundieran, a golpe de espolón, a más de cincuenta quinquerremes cartagineses por la pérdida de sólo treinta de las suyas. Además, capturaron al abordaje a otros setenta quinquerremes púnicos en tanto que sufrieron la destrucción de unos cincuenta de los suyos.

Golpe a golpe, remada a remada, los cartagineses se vieron desbordados porque siempre fueron superados numéricamente, dos y hasta tres naves romanas contra un quinquerreme cananeo. De esta manera, o bien fueron enviados a pique por los espolones romanos, que los atacaban de dos en dos, o bien fueron abordados siempre en inferioridad numérica por los quinquerremes romanos que lanzaban a sus expertos legionarios, ahora convertidos en….

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El Batallón Sagrado cartaginés. Las campañas militares de Amílcar Barca. De la I Guerra Púnica a Isphanya

Se denominaba Batallón Sagrado, banda sacra o legión de Baal a un contingente militar formado por ciudadanos, tanto de infantería como de caballería, una especia de Guardia Urbana al estilo de la que hubo en la Tebas griega de Pelópidas y Epaminondas.

Sus componentes estaban armados al estilo helenístico (cascos de bronce, corazas tipo linotórax o musculadas de bronce, grebas metálicas, escudos, espadas y lanzas; como en toda la cuenca mediterránea) y, al parecer, pertenecían a la aristocracia cartaginesa; aunque dado su número que se aproximaba a los tres mil combatientes da más la impresión de que estaría compuesto por ciudadanos de varios estamentos sociales habida cuenta de que no parece razonable pensar que hubiera una aristocracia tan numerosa, ya que suele ser más selecta y exclusiva.

Esto quiere decir que, como hemos propuesto anteriormente, el ejército cartaginés sí estaba compuesto también por sus ciudadanos y que experimentó diversas etapas en las que, a partir de sufrir graves pérdidas humanas por parte de la ciudadanía cartaginesa en las guerras sicilianas, se fue dando paso a la contratación de aliados (púnico-libios también con derecho de ciudadanía), auxiliares (en el norte de África como mauros y númidas) y, en la medida en que Cartago se convertía en un estado multiétnico con necesidad de grandes contingentes militares, posteriormente contrataría mercenarios de todas partes (griegos, italiotas, hispanos, etc.).

Según Diodoro tenemos constancia de la existencia de ejércitos cartagineses formados por ciudadanos púnicos durante batallas celebradas en Sicilia, en el 480 a.C., y en el año 409 a.C., lo que desmienten la premisa de que sólo en circunstancias excepcionales los ciudadanos eran llamados a las armas. También sabemos que en el 309 a.C un tal Bomílcar intentó hacerse con el poder de manera violenta, golpe de estado incluido, y enfrentó su ejército de ciudadanos a otro de la misma naturaleza que se le opuso y logró conjurar el peligro.

Durante la invasión de Agatocles, tirano de Siracusa, entre el 311-308 a.C., se opuso al mismo un ejército de ciudadanos, que antes había luchado en Sicilia y había ganado la ciudad de Himera. A mayor abundamiento, durante el año 256 a.C. el ejército cartaginés que se enfrento y terminó derrotando al cónsul Marco Atilio Régulo también contaba con una columna vertebral formada por ciudadanos púnicos al mando de Jantipo el espartano…

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Carga de carros T-34 durante la batalla de Kursk. Michael Wittmann. As de Tigres

los carros supervivientes soviéticos llegaron a distancias de entre 900 y 800 metros, abrieron fuego con sus cañones de 76 mm, aunque lo hicieron en movimiento, sin detenerse a afinar los cálculos para un tiro certero.

Se fueron acercando cada vez más, sin dejar de disparar, rodando por un terreno algo brusco que no parecía ralentizar un ápice su carga. Los carros pesados alemanes y sus tripulaciones mantuvieron sus posiciones y contestaron con el fuego constante y preciso de sus poderosos cañones de 88 mm pese a estar en una gran inferioridad numérica.

Mientras el gran contingente blindado continuaba acortando distancias con la sección de Wittmann, éste dio nuevas instrucciones a Woll.
«¡Apunta al carro de cabeza, Bobby!», gritó Wittmann.
Woll apuntó y disparó.
«¡Impacto directo!», gritó Möller, mientras presenciaba la destrucción de otro T-34 enemigo a través de su visor blindado del conductor. Todos vieron como el proyectil penetraba la parte frontal izquierda del carro de combate con un crujido atronador. Sin embargo, el vehículo enemigo continuó rodando unos metros, se detuvo y estalló con un estruendo ensordecedor. Wittmann ordenó a su conductor que adelantase el vehículo un poco con el propósito de adoptar una mejor posición de disparo.

Tan pronto como el Tiger se hubo detenido, Woll disparó de nuevo y destruyó otro carro soviético antes de que tuviese la oportunidad de disparar contra ellos. La tripulación de Wittmann vio entonces cómo el jefe de carro del T-34 que Woll acababa de destruir trataba de sacar a su cargador herido del blindado en llamas. Logró extraer a su camarada y ambos cayeron al suelo al tiempo que otro T-34 cercano volaba por los aires tras recibir un impacto directo de otro Tiger. En cuanto los dos carristas soviéticos llegaron al suelo, salieron corriendo hasta un carro cercano que marchaba a gran velocidad. Los dos bravos carristas fueron arrollados por uno de sus propios T-34 en mitad del humo, los disparos y la confusión.

«¡Atención, viene por tu lado!», advirtió Wittmann por la frecuencia de radio de la sección. Al «General Panzer», cuyo Tiger se hallaba a la izquierda de Wittmann, se le acercaba un T-34 en llamas. A Wittmann le espantaba la idea de que el conductor de este blindado fuese a inmolarse chocando contra el carro de Lötzsch. El blindado soviético podía volar en cualquier momento por los aires y llevarse por delante a Lötzsch y a su tripulación.

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