Los primeros paracas británicos o como saltar por un agujero. Sky Men. Historia de las tropas aerotransportadas

«Al no tener nadie experiencia en paracaidismo cada uno tenía sus propias ideas, y a menudo dispares, de cómo entrenar mejor el salto adelante», recordaba el second lieutenant Ian Smith, integrante de los primeros saltadores de Ringway. El 11 de julio de 1940 pilotos e instructores arrojaban muñecos de 91 kg por un agujero de un metro abierto en el suelo de un bombardero Whitley, para probar los paracaídas de entrenamiento.

Dos días después, alrededor de 100 hombres del Nº 2 Commando observaron la primera demostración en vivo. «¿Cómo aterrizar?», meditó Smith. «Una corriente estaba a favor del método de las piernas separadas, otra de la voltereta hacia delante y algunos…. pensaban que la mejor manera de aprender era saltando desde una pared alta». Se mostraron dos maneras de salir del avión; el salto a través del suelo del Whitley, antiguo compartimiento de bombas, y arrojarse desde una plataforma situada en el lugar de la torreta de la ametralladora de cola, que había sido retirada. Los alumnos, que observaban a los especialistas desde tierra, apenas se sentían animados por lo que estaban presenciando.

En noviembre, Harry Ward, que había reingresado en la RAF después de dejar su espectáculo de saltos, fue nombrado instructor jefe paracaidista en Ringway. Tildó el método del «salto desde la plataforma» de completamente inoperante, porque desde el punto de vista táctico solo podía salir un hombre cada vez. «Tenías que arrastrarte hasta la cola del Whitley, pasar por la pequeña apertura para entrar en lo que había sido la torreta de la ametralladora, que ahora era una plataforma abierta [en la cola del avión], permanecer allí bajo la barra que colgaba de la cola del Whitley, agarrándose con una mano a la barra, tirando de la anilla y saliendo despedido».

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Pappenheim en la batalla de Lutzen (1632) – Batallas de la Guerra de los Treinta Años

Pappenheim asumió de inmediato el mando del ala izquierda Imperial, disponiendo de una fuerza teórica de más de 6.000 caballos contra los 2.800 jinetes y 1.000 infantes de Gustavo Adolfo —aunque teniendo en cuenta que la mitad de los Imperiales habían sido ya derrotados y que los que llegaban venían agotados por la marcha nocturna.

Pappenheim estaba resuelto a enfrentarse a Gustavo Adolfo en persona para vengarse de Breitenfeld y ganar la guerra de un plumazo. Evaluó la situación de un vistazo; el punto débil de Gustavo Adolfo era su flanco derecho abierto, muy expuesto al cuerpo de ejército recién llegado. La fuerza de Holk contraatacaría, mientras sus propios jinetes pesados, los Regimientos de Coraceros de Bredow, Sparr y Bonninghausen, apoyados por los arcabuceros a caballo de Lamboy, caían sobre el flanco y la retaguardia de Gustavo Adolfo.

Los croatas, con 1.600 jinetes, barrerían el terreno de las inmediaciones del Flossgraben en un movimiento envolvente más amplio. Habían dado casi las 13:00 horas antes de que Pappenheim estuviese listo para atacar. Los suecos habían improvisado una línea defensiva formada por mosqueteros y cañones regimentales. Cuando los Imperiales avanzaron fueron recibidos por un mortífero diluvio de fuego. Pappenheim fue uno de los primeros en caer, alcanzado por dos pelotas de mosquete y una bala de cañón.

Dando alaridos salvajes, los croatas cayeron sobre los tres escuadrones de Bulach en el extremo izquierdo. La gente de Bulach fue incapaz de hacer frente a su número y tácticas irregulares —repetidas y breves cargas en grupo, fuego de arcabuz y retiradas rápidas seguidas de nuevos asaltos. Los Protestantes estaban siendo acosados por todos los lados. Otros croatas simplemente los sortearon barriéndolo todo a su paso hasta el bagaje sueco. La munición de reserva, 100 carromatos estacionados entre Meuchen y el Flossgraben, fue capturada. El escuadrón más alejado, el Regimiento de Caballería Leib de Guillermo de Sajonia-Weimar fue presa del pánico y abandonó el campo de batalla. Por el momento Bulach estaba fuera de combate….

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El Raid de Doolittle como detonante de la operación de Midway

La gran importancia del raid de Doolittle radica en su inmediato efecto en la controversia aún vigente sobre el plan de la Flota Combinada para el ataque a Midway. Aunque el Estado Mayor de la Armada había aceptado la operación, en principio y de mala gana, el 5 de abril, el momento de su ejecución y otros aspectos cruciales estaban todavía en disputa cuando los incursores del teniente coronel Doolittle descargaron con éxito sus bombas sobre Tokio y otras ciudades japonesas.

En lo que respecta a la Flota Combinada, el raid reforzó su determinación de presionar para una temprana ejecución de la operación, como había propuesto inicialmente. El fracaso de todas las precauciones adoptadas por el almirante Yamamoto contra un ataque de portaaviones enemigos sobre suelo japonés hirió profundamente su orgullo, determinándolo en su decisión de que no se podía permitir que volviera a suceder algo así, a cualquier coste. Decidió que no debía retrasarse más el retomar la ofensiva encaminada a destruir la fuerza de portaaviones norteamericana y trasladar la línea defensiva de
vigilancia hacia el Este, a Midway y las Aleutianas occidentales.

Tampoco en el Estado Mayor de la Armada pasaron desapercibidas las implicaciones del bombardeo de Tokio. Ni los más vehementes opositores al plan de Midway podían negar ahora que la amenaza del Este, si no mayor que la potencial de Australia, sí era al menos más apremiante e inmediata. Además, el fracaso a la hora de mantener la capital a salvo de ataques dejaba en entredicho tanto al Estado Mayor de la Armada como a la Flota Combinada. El resultado fue que desapareció cualquier indicio de oposición al establecimiento del periodo de primeros de junio como inicio del ataque a Midway y a otros puntos cuestionados de la propuesta de la Flota Combinada, pudiendo proceder el Cuartel General de la Flota a la elaboración del plan final de operaciones.

Dicho plan estuvo completado hacia finales de abril y fue aprobado por el almirante Yamamoto. A continuación, fue sometido oficialmente al jefe del Estado Mayor de la Armada, almirante Nagano, que le dio rápidamente su aprobación. En consecuencia, el 5 de mayo, actuando en nombre del Emperador, el almirante Nagano emitió la Orden Número 18 del Cuartel General Imperial de la Armada que ordenaba escuetamente al comandante en jefe de la Flota Combinada «llevar a cabo la ocupación de la isla de Midway y puntos clave en las Aleutianas occidentales en cooperación con el Ejército».

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Yamamoto y la génesis del ataque a Pearl Harbor. Midway, la batalla que condenó a Japón

El plan de guerra básico elaborado por el Estado Mayor de la Armada bajo la supervisión del almirante Osami Nagano era el más ortodoxo y, al menos en apariencia, el más prudente.

Con una firme adhesión al principio de máxima concentración de la fuerza, preconizaba, básicamente, el empleo del grueso de la fuerza de superficie de la armada así como de sus grupos aéreos embarcados, incluyendo el grupo de portaaviones, en un golpe directo y audaz hacia el Suroeste con el fin de capturar las áreas petrolíferas al comienzo de las hostilidades. De este modo, los estrategas del Estado Mayor esperaban completar la conquista antes de que pudiese interferir el cuerpo principal de la Flota del Pacífico de Estados Unidos, con base en la distante Pearl Harbor. Y, si más tarde llegaba al ataque, la flota japonesa lo interceptaría y destruiría en el Pacífico occidental, de acuerdo con los principios de la vieja doctrina defensiva. 

Mientras el Estado Mayor de la Armada llevaba a cabo la planificación en esta línea, ciertos oficiales clave de la Flota Combinada exploraban por su parte la viabilidad de un plan mucho más agresivo y osado. Generalmente se acepta que el concepto básico de dicho plan se gestó en la mente del almirante Isoroku Yamamoto, comandante en jefe de la Flota Combinada, a principios de 1941. 

Como comandante supremo en el mar, al almirante Yamamoto le preocupaba sobre todo la amenaza que suponían las potentes fuerzas navales americanas concentradas en las Hawái. Si, tal y como preveía el Estado Mayor de la Armada, se asignaba el grueso de la potencia naval a la invasión de la región meridional sin inmovilizar, siquiera temporalmente, aquellas fuerzas, el almirante Yamamoto veía serio peligro de que Estados Unidos atacase en el Pacífico occidental antes de que la flota japonesa pudiera redesplegarse con el fin de hacer frente a dicho ataque.

Pensaba, pues, que era absolutamente esencial eliminar ese peligro asestando un golpe incapacitante a la Flota estadounidense del Pacífico de forma simultánea al inicio de las operaciones en el Sur. Ésta fue la génesis del ataque sorpresa a Pearl Harbor. 

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A rastras al aeródromo de Gumrak. Supervivientes de Stalingrado

El jefe de intendencia de Paulus me encontró en un búnker abandonado con mucha fiebre, producida por una herida, me despertó y me llevó ante el jefe del estado mayor del Sexto Ejército.2 Allí recibí la autorización para ser evacuado por avión y órdenes para poder trasladarme al último aeródromo auxiliar situado en la esquina suroeste de Stalingrado.

Durante cuatro horas me dirigí hacia mi objetivo con las dos manos y la pierna sana sobre un manto de nieve que me llegaba al tobillo. La herida de la parte superior de mi muslo derecho me causaba un dolor enorme con cada movimiento. Adelante, adelante, mis últimas reservas de voluntad me instaban a seguir, pero mi cuerpo agotado era incapaz de continuar. Un trozo de pan al día durante meses, y en los últimos días ni siquiera nos entregaron eso.

A esto había que añadir la terrible carga mental de este primer colapso terrible de nuestras tropas. Quedé tumbado totalmente agotado sobre un pequeño montículo nevado y me limpié la nieve de los ojos con la manga raída de mi abrigo. ¿Había algún motivo para hacer este esfuerzo? Para los rusos un hombre herido era ejecutado con la culata del fusil. Solo precisaban prisioneros sanos para sus fábricas y sus minas.

Esa mañana me había conseguido disuadir el jefe del estado mayor de mis sórdidos planes. «Trata de llegar al aeródromo», me dijo mientras escribía mi autorización para ser evacuado. «Los heridos graves todavía están siendo evacuados. ¡Siempre hay tiempo para morir!». Y de esa manera partí. Quizá hubiese todavía alguna posibilidad de salvación, de salir de esta gran área de terreno convertida por la naturaleza y el hombre en un caldero.

¿Pero cómo de largo iba a ser el camino para un hombre que tenía que retorcerse como una serpiente a cada paso? ¿Qué era aquella multitud negra que había allí en el horizonte? ¿Se trataba realmente del aeródromo o un espejismo creado por una mente sobreexcitada y febril? Me arrastré durante otros tres o cuatro metros y entonces me detuve a recuperar el aliento. ¡Ni se te ocurra tumbarte! O me pasaría lo mismo que les había sucedido a aquellos por encima de los cuales acababa de pasar arrastrándome. También ellos habrían querido descansar un momento en su desesperada marcha hacia Stalingrado.

Pero entonces el agotamiento se apoderó de ellos y el frío cruel se encargó de que nunca más despertaran. Uno casi podía envidiarlos. Ellos habían dejado de sentir dolor o de tener preocupaciones.

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