El socorro de Kudia Tahar. La antesala del desembarco de Alhucemas. Marruecos – Las etapas de la pacificación. Manuel Goded

El coronel Perteguer, establecido en la Hafa del Tuab, contaba con un batallón del regimiento de infantería de Ceuta núm. 6o, otro expedicionario del de Toledo núm. 35, una batería de obuses de 10,5, una compañía de cazadores y servicios. Con las unidades procedentes de Alhucemas se organizó una tercera columna, que, a las órdenes del teniente coronel Balmes, quedó constituida por dos banderas del Tercio, un tabor de Regulares de Melilla y los correspondientes servicios.

Todas las fuerzas quedaron al mando del general Souza. La idea de maniobra consistía en hacer subir la columna Balmes por el barranco del Sequin, con dirección a Dar Gazi, en donde se encontraba un importantísimo núcleo enemigo, al que debería batir, precediendo al avance una intensa preparación artillera y realizándolo bajo la protección de las fuerzas de los coroneles Perteguer y Fanjul, establecidas a los flancos. Una vez limpio el barranco se socorrería a Kudia Tahar. A las ocho y media del 11 empezó el avance. La progresión resultó excesivamente lenta por las fragosidades del terreno y necesidad de reconocer todas las huertas, bosques y poblados, y pasó todo el día 11 sin lograrse los objetivos.

Al amanecer del 12 se reanudó la marcha en la disposición adoptada por las fuerzas el día anterior; se ocuparon sin resistencia Dar Haka y las Kudias que dominan Dar Gazi; a las cuatro de la tarde, el teniente coronel Balmes daba la orden de asalto a este último poblado. El encuentro fue excesivamente duro; con ímpetu decisivo, nuestras tropas, apoyadas por el fuego de las columnas laterales y el de la artillería, ocuparon el poblado y el bosque; la lucha fue encarnizada al arma blanca y a la granada.

Después de tan brillante operación poco trabajo costó llegar a Kudia Tahar, ocupándose al amanecer del 13 por la columna Balmes, secundada por el tabor de Regulares de Ceuta de la de Fanjul, el poblado de Assedan, tras de lo cual se puso pie en la posición y ésta pudo ser convoyada al alcanzarse por la tercera bandera la línea de los Nator.

El enemigo, extremadamente quebrantado, apenas había hecho acto de presencia el día 13. Los cadáveres que se le recogieron (más de 200) representan la prueba palpable de lo terrible de la lucha, en la que jugó también papel muy decisivo la aviación, que, como siempre, se cubrió de gloria en abnegadas misiones de aprovisionamiento y bombardeo. La heroica guarnición de Kudia Tahar había sido salvada…

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Ataque con cargas de profundidad. Ataúdes de acero. De Herbert A. Werner.

Una nueva serie de cargas estallaron y levantaron nuestra popa con inmensa fuerza. El submarino, totalmente fuera de control, fue catapultado hacia el fondo, que estaba a ocho kilómetros de profundidad. Inclinado con un ángulo de 60 grados, el U-230 llegó a los 250 metros antes de que Friedrich lograse revertir su caída. Nivelados a una profundidad de 230 metros, pensamos que estábamos muy por debajo del alcance de las cargas de profundidad del enemigo. El U-230 fue rápidamente aprestado para hacer frente a la cacería. Una vez más estábamos condenados a mantenernos a la espera en las profundidades.

16:57: Varios sonidos de salpicaduras en la superficie anunciaron una nueva salva. Una serie de 24 cargas detonaron en rápida sucesión. El atronador rugido impactó contra nuestro submarino. Las explosiones lo inclinaron de nuevo en un ángulo agudo mientras el eco de las detonaciones retumbaba sin fin en las profundidades.

17.16: Una nueva salva nos dejó sordos y sin aliento. El submarino se escoró abruptamente con el rosario de explosiones. El acero crujió, chirrió y las válvulas se aflojaron. El recubrimiento de los ejes de las hélices presentó vías de agua y un chorreo continuo llenó pronto la sentina de popa. Las bombas de achique trabajaban a todo ritmo, los recubrimientos del periscopio se aflojaron y el agua chorreó por los cilindros. Agua por todas partes. Su peso llevó al submarino a una mayor profundidad. Entre tanto, el convoy continuó avanzando sobre nuestro submarino en una estruendosa procesión.

17:40: El estrépito de hélices llegó a su punto álgido. El sonido repentino de salpicaduras en superficie nos indicó que teníamos entre 10 y 15 segundos para agarrarnos ante la llegada de otra salva. Las cargas estallaron poco antes de llegar a una distancia letal. Mientras el océano reverberaba bajo los estallidos, el grueso del convoy pasó lentamente por encima de nuestro lugar de ejecución. Imaginé a los cargueros desviándose de su rumbo a fin de esquivar a los escoltas reunidos en la superficie para acabar con nuestra existencia. Quizá debiésemos arriesgarnos a descender algo más. Desconocía cuál era el límite, la profundidad a la que el casco implosionaría finalmente. Nadie lo sabía. Aquellos que lo descubrieron se llevaron el secreto al fondo. Estuvimos recibiendo castigo durante cuatro horas y fuimos descendiendo gradualmente. Siguiendo un patrón constante, cada 20 minutos se precipitaban salvas de 24 cargas de profundidad sobre nuestro submarino. Por un momento creímos que habíamos ganado. Fue cuando los escoltas se marcharon apresuradamente a ocupar sus posiciones en el convoy. Pero nuestras esperanzas no duraron mucho. Los destructores se habían limitado a dejar el golpe de gracia al grupo de cazasubmarinos que seguía la estela del convoy.

20.00: El nuevo grupo lanzó su primer ataque, luego otro, y otro más. Nos quedamos impotentes a 265 metros de profundidad. Teníamos los nervios a flor de piel. Nuestros cuerpos estaban rígidos por el frío, el estrés y el miedo. La extenuante agonía de la espera nos hizo perder el sentido del tiempo y cualquier apetito. Las sentinas estaban inundadas de agua, aceite y orina. Los lavabos estaban cerrados con llave; usarlos hubiese significado una muerte inmediata, ya que la enorme presión exterior hubiese actuado revirtiendo el mecanismo de expulsión deseado. Se circularon latas para que los hombres pudiesen aliviarse. Al hedor de los residuos, el sudor y el aceite hubo que añadir el de los gases de las baterías. El incremento de la humedad producía condensación en el frío acero y chorreaba hasta las sentinas, cayendo de las tuberías y empapando nuestras ropas. A medianoche, el Capitán se dio cuenta de que los británicos no cejarían en su ataque y ordenó la distribución de cartuchos de potasa a fin de ayudar a la respiración. Pronto todos los hombres estuvieron equipados con una gran caja metálica enganchada al pecho con tubos de goma que se introducían en la boca mientras unas pinzas tapaban los orificios nasales. Continuamos la espera.

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Ataques frontales de las unidades de fusileros soviéticas. La retirada de Moscú – David Stahel

Mientras los ejércitos de Strauss y Kübler se enfrentaban a la perspectiva de que sus grandes formaciones pudiesen ser envueltas y quedar cercadas, los grupos panzer de Reinhardt y Hoepner experimentaban una guerra de invierno muy diferente. El sector más peligroso de los dos comandantes panzer era el del V Cuerpo de Ejército de Ruoff, que se hallaba justo al oeste de Volokolamsk, en el área del Cuarto Grupo Panzer de Hoepner.

Allí, la lucha tomó la forma de una sucesión de vaivenes que resultó muy costosa para ambos bandos, aunque en mucha mayor medida para las menos experimentadas formaciones soviéticas. El 25 de diciembre, un ataque de dos regimientos soviéticos contra el centro del cuerpo acabó en una sangrienta derrota, pero otro ataque contra la 106.ª División de Infantería de Dehner logró romper sus líneas al día siguiente. Hoepner le preguntó a Reinhardt si la cercana 6.ª División Panzer podía despachar una fuerza de socorro inmediata para restablecer la situación y éste le envió 10 carros de combate.

El cuerpo de Ruoff contraatacó el 28 de diciembre y, tras una costosa lucha, recuperó las alturas situadas al oeste de Ivanovskoe y Mikhailovka. En el curso de los combates fueron cercadas una serie de unidades del Ejército Rojo y una fuerza de socorro soviética enviada a liberarlos perdió 9 carros de combate en el intento. Fue una lucha descarnada y, aunque el V Cuerpo de Ejército se enfrentó ciertamente a una situación grave, Ruoff no tuvo que preocuparse por sus flancos.

A diferencia de los sectores de los comandantes de cuerpo de los Cuarto y Noveno Ejércitos, el enemigo venía siempre por una sola dirección y Ruoff contaba con la presencia de formaciones móviles mucho más cerca. Al presenciar algunas de las pérdidas de estos combates, un hombre de la 106.ª División de Infantería de Dehner escribió en una carta el 29 de diciembre:

«Si uno se pone en la cima de una colina alta en Timonion o Pashkovo y mira a su alrededor, puede ver un extraño rampante de color oscuro. Mirando por los prismáticos, uno ve que se trata de cadáveres de soldados soviéticos. Están apilados alrededor de nuestras dos poblaciones. Estas son las consecuencias de los inacabables ataques que los soviéticos han dirigido contra nosotros. Cargan contra nuestras posiciones tres o cuatro veces al día, en ocasiones más aún, avanzando frecuentemente con compañías y batallones desde varias direcciones –y todos son barridos por las ametralladoras… Se podría decir que esto de aquí no es una guerra sino un matadero… Cómo pueden resistir nuestros muchachos a pesar de todo esto escapa a mi comprensión»….

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Los soldados de primera línea. La retirada de Moscú. David Stahel

El diario de operaciones de la 3.ª División Panzer del mayor general Hermann Breith hablaba de un «esfuerzo inhumano», con algunas compañías librando combates constantes durante diez días, «incluidas sus noches», y con su fuerza de combate «reducida casi a cero». En una compañía de 60 hombres, 35 padecían de severos episodios de fiebre.

En casos extremos, las unidades llegaron a estar tan apáticas que dejaron de luchar, ni siquiera para salvar sus propias vidas. En un caso concreto del 9 de diciembre, un informe del LIII Cuerpo de Ejército del general de infantería Walther Fischer von Weikersthal afirmaba: «Los soldados ya no son capaces de ofrecer resistencia. Han dejado de luchar». Esos soldados, en lo más profundo del pozo de la desolación y la desesperación, estaban sencillamente fuera del control de sus oficiales. Como recordaba un soldado: «No quedaba nada que me diese esperanza y no había futuro a la vista más que el sufrimiento».

Aunque la fatiga y la angustia de estos hombres era completamente entendible, quizá lo más destacable fuesen sus numerosas historias de aguante humano, que, en última instancia, mantuvieron vivo al debilitado ejército panzer de Guderian. En una carta a casa del 11 de diciembre, el general Heinrici, comandante del XXXXIII Cuerpo de Ejército, se maravillaba ante algunas de las escenas que había presenciado:

«Miro a los muchachos que se han enfrentado al enemigo durante semanas en este tiempo gélido. Con otros treinta, comparten un cobertizo panje atestado de piojos, sin jabón, sin asear y sin afeitar durante días, con heridas infectadas por todo el cuerpo causadas por el rascar constante para aliviar el picor producido por los piojos en uniformes harapientos, sucios y cubiertos de bichos. Los miro y escucho lo que dicen cuando, según el doctor, no están en condiciones para el servicio debido a piernas ulcerosas. Todos declararon el 26 de noviembre: “No vamos a ir al hospital de campaña; no vamos a abandonar a nuestros camaradas justo antes del ataque”. Y al día siguiente vinieron con nosotros a una temperatura de -10 ºC con los pies vendados y sin calcetines. Y ese joven teniente H., cuya compañía visité, que me mostró a sus hombres y fue encontrado inconsciente a la mañana siguiente. ¡Había sido herido hace tres días y no dijo una palabra, porque no quería dejar su compañía, que había perdido a casi todos los suboficiales!».

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La retirada de Annual y el asedio de Monte Arruit. Luis Rodríguez de Viguri. Cuadernos de Salamina N.º 2

Doce días dura el asedio de la posición de Monte Arruit, episodio culminante de la actuación del General Navarro. De aquel millar de hombres que saliera de Tistutin no es posible precisar cuántos fueron los que en ella hallaron refugio, pero el número total de las fuerzas con que se cuenta y que es forzoso reorganizar nuevamente, fundiéndolas con las que, procedentes de los sucesivos desprendimientos que sufrió la columna y de la evacuación de posiciones, se había ido refugiando en Arruit, es de 3.017 hombres.

Quebrantada la moral de los que llegaban con el último contratiempo sufrido, sin que pudiera contribuir a levantar el espíritu el contacto con los allí refugiados, desmoralizados ya hasta el punto de que algunos testigos declaran que no se practicaba el servicio de parapeto, por encima del cual no osaban asomar la cabeza; abandonado el poblado, que aun en el día 28 pudieron recorrer algunos soldados en busca de restos del saqueo, y del que habían dejado se apoderaran los indígenas, a pesar de las órdenes que desde Tistutin se habían transmitido, el General organiza la defensa, dividiendo en sectores el perímetro de la posición, de longitud aproximada a 500 metros; distribuye los mandos por Cuerpos y logra, a pesar del rudo quebranto sufrido, forjar un instrumento que, si incapaz por su estado físico y moral para continuar la retirada o para una tenaz ofensiva, se defiende brillantemente, cumple sus deberes hasta los límites del sacrificio y escribe, cuando ya el enemigo dominaba todo el territorio de la Comandancia general de Melilla, una página gloriosa, prolongando la resistencia.

Para comprender en toda su grandeza el trágico asedio, hay que imaginar lo que era aquel recinto de unos 10.000 metros cuadrados de extensión superficial, gran parte de los cuales ocupaban diversas construcciones, entre ellas tres barracones y casas dedicadas a depósito de Intendencia, casa de Policía, horno y residencia del Jefe de posición. Desde el primer momento es ésta atacada por fuego de cañón, que, aumentando cada día su precisión, llega a producir la mayor parte de las bajas. Un día tan solo, el 6 de agosto, dejó de ser bombardeado por la artillería el recinto; pero en el primer día del asedio, cuando las tropas apenas si habían podido restaurar sus quebrantadas fuerzas, a la hora de entrar de modo tan lamentable, 114 granadas hacen blanco en un espacio que no excede de la tercera parte del que ocupa la Puerta del Sol. Para hacerse una idea de la eficacia del fuego del cañón enemigo basta recordar que un solo disparo produjo 35 bajas.

La aguada, el enemigo más cruel con que nuestros soldados luchan en las posiciones marroquíes, cuesta numerosos combates, en los que se distinguieron las fuerzas de San Fernando, y tanto mejora la moral de la tropa, que logra ocuparse una casa vecina a la aguada, donde una compañía destacada protege el servicio de ésta. La fatalidad que persigue a la columna hace que un pozo cercano a la puerta, ocupado en la tarde del día en que se entró en la posición, se inutilice a los pocos instantes, al caer dentro de él un desgraciado soldado que se apresuraba a buscar satisfacción a la imperiosa sed…

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