Los Fallschirmjager asaltan Eben Emael. Sky Men.

El resto de Ju-52 y sus planeadores continuaron su camino, felizmente inconscientes de que habían perdido dos planeadores en el trayecto. La atención se centró en mantener el contacto con el remolcador de delante de cada uno, iluminado solamente por sus llamaradas de escape y ocho luces pequeñitas dispuestas en «V» que apuntaban hacia atrás e invisibles desde tierra.

Una inmensa hoguera situada en el cruce próximo a Effern era la primera baliza de navegación y cinco kilómetros más allá un haz de luz de reflectores podía verse rompiendo la oscuridad. «Volamos de acuerdo con un trazado de destellos», recordó el Feldwebel Wenzel, «cada 20 kilómetros se había instalado un reflector» y los soldados atrás cantaban los números con ritmo mientras se iban dejando atrás las balizas. «En Aquisgrán había tres reflectores», explicó Wenzel, «y cuando estábamos sobre ellos, mi aprendiz de piloto el Unteroffizier Brautigen se soltó». La liberación de los planeadores se retrasó 10 minutos porque el jefe de formación de Ju-52 calculó que estaban 460 metros por debajo de lo que debieran, lo que significaba otros diez minutos de ascenso más allá de la frontera holandesa.

La razón principal de la liberación de los planeadores sobre Alemania era para asegurar una aproximación sigilosa, planeando en territorio enemigo. Este aspecto se vio comprometido cuando las ráfagas de trazadoras y el fuego antiaéreo holandés comenzaron a estallar en el cielo sobre Masstricht. La Fuerza Granit destinada a atacar Eben Emael se había reducido a 70 hombres, el 80 por ciento de la fuerza que se estimaba necesaria. A las 04:15 los planeadores, solo distinguibles por un suave silbido de viento, comenzaron descender sobre sus objetivos.

Había ocho pequeñas aberturas cuadradas a cada lado del planeador DFS 230, ofreciendo únicamente una visión restringida hacia abajo. Liberarse del amarre constituía el punto de no retorno. Cinco hombres y el piloto se sentaban hacia delante en los asientos centrales, debiendo salir a través de la ventana de la cabina. Los cuatro hombres que se sentaban mirando hacia atrás, donde estaba sujeto el equipo pesado, tendrían que salir por la pequeña puerta de babor situada cerca de la cola. Herméticamente encerrados en los estrechos fuselajes, a nadie le entusiasmaba la perspectiva de dar botes por tierra en el aterrizaje con cientos de kilos de TNT susceptibles de desprenderse y estallar en derredor. El Jäger Engelmann, que volaba con Wenzel, recordó que liberaron el cable a 2.600 metros: «Estaba amaneciendo y hacía mucho frío en nuestro planeador, su fina piel sintética no nos ofrecía protección alguna contra el frío».

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