La batalla de Marengo – Memorias del capitán Coignet

Vino un pequeño general con elegantes bigotes: buscó a nuestro coronel y le preguntó dónde estaba nuestro general. Éste le respondió, «se ha ido». «Muy bien, tomaré el mando de la división». Se encargó de inmediato de la compañía de granaderos a la que yo pertenecía y nos llevó al ataque en una fila. Abrimos fuego. «No os paréis a cargar vuestros mosquetes», decía. «Os haré llamar con el sonido de los tambores».

Y se apresuró a reunirse con la división. Apenas había regresadoa su puesto cuando la columna de austriacos comenzó a avanzar desde detrás de los sauces, se desplegó frente a nosotros, disparó por batallones y nos acribillaron con fuego de mosquete. Nuestro pequeño general respondió, y allí estábamos nosotros, entre dos fuegos, sacrificados… Yo corrí hasta detrás de un gran sauce. Las balas silbaban en todas direcciones, así que me vi obligado a tumbarme en el suelo con la cabeza agachada a fin de protegerme del fuego de mosquete, que hacía que las ramitas del árbol cayesen sobre mí. Me creí perdido.

Por fortuna, toda nuestra división comenzó a avanzar por batallones. Me levanté y me encontré en mitad de una compañía del batallón; continué con ella durante el resto del día; de nuestros 174 granaderos ya no quedaban más de 14, el resto estaban muertos o heridos. Fuimos obligados a reocupar nuestra primera posición, acribillados por un diluvio de fuego de mosquete. Todo caía sobre nosotros, que aguantábamos el ala izquierda del ejército, frente a la carretera que llevaba a Alessandria, la posición más difícil de mantener. Amenazaban constantemente con flanquearnos y nos vimos obligados a cerrar espacios a fin de evitar que nos sorprendiesen por la retaguardia.

Nuestro coronel se hallaba en todas partes, detrás de la media brigada para apoyarnos; nuestro capitán, que había perdido su compañía y que estaba herido en el brazo, desempeñó los cometidos de un ayuda de campo para nuestro intrépido general. Entre el humo no podíamos vernos los unos a los otros. Los cañones incendiaron el campo de trigo y esto causó una conmoción general entre las filas. Las cajas de cartuchos estallaron; nos vimos obligados a retroceder con el objeto de volver a formar lo más rápidamente posible. Esto nos causó mucha mortificación, que fue contrarrestada por la intrepidez de nuestros jefes, que miraban por todo…..

Quiero el libro

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