La formación del as Walther Hagenah en el Me 262. MESSERSCHMITT 262. Javier Ormeño

«Ni siquiera se nos permitió mirar dentro de la cubierta de los motores a reacción porque dijeron que eran secretos y que no “necesitábamos saber” lo que había allí. Sin embargo, el peligro de ser enviado directamente a una unidad operativa consistía en que uno podía no haberse entrenado, ya que no había suficientes aeronaves para las operaciones. Nuestro “terreno de aprendizaje” duró aproximadamente una tarde. Nos hablaron de las peculiaridades del reactor, el motor, el peligro de que se apague a gran altura y la mala aceleración a baja altitud. Luego nos hablaron de la vital importancia de manejar los aceleradores con cuidado o de lo contrario el motor podría incendiarse. El día antes de mi primer vuelo en el Me 262, tuve un breve vuelo en un Si 204 para practicar el manejo de un aparato bimotor y vuelo asimétrico. A la mañana siguiente, 25 de marzo de 1945, hice mi primer vuelo de familiarización en el asiento trasero de un Me 262 B de dos asientos: exactamente 17 minutos, y acompañado por un técnico/instructor de armas. Me impresionó mucho el reactor. El despegue fue fácil, la visibilidad desde la cabina fue maravillosa después de haber volado con el Bf 109 y el Fw 190, y no hubo torque durante el despegue. El único problema real que encontré fue que cuando llegué a tierra, llegué a velocidad normal, esperando que la velocidad disminuyera rápidamente cuando el acelerador estaba cerrado. Pero el Me 262 era una máquina tan limpia que no sucedía así».

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Polvo, sudor y hierro camino de Sedán. LA BLITZKRIEG CONTADA POR SUS PROTAGONISTAS

Ya es mediodía y seguimos conduciendo hacia el sur a través del bosque, roncos por el calor, el polvo y las maldiciones. Un mensajero se acerca con dificultad al frente de la columna y me entrega las «Órdenes de la división para cruzar el Mosa a las 16.00 horas del 13 de mayo». ¿El 13 de mayo? ¿Qué? ¡Dios santo, eso es hoy dentro de dos horas! ¡Y seguimos atrapados en este maldito bosque! Al 3.er Batallón, que avanza detrás de nosotros a nuestra derecha por una pista diferente, no le va mejor. El panorama es magnífico. Y esos cerd0s de allí siguen manteniendo su fuego de artillería sobre Vrigne, que tenemos que atravesar. Un mensajero del 1.er Batallón trae un puñado de balas dum-dum que se han encontrado.

Me desvío a la derecha del camino, hacia los arbustos, y leo la orden de la división. De las 08.00 a las 12.00 horas ataques disruptivos de la Luftwaffe en la orilla sur del Mosa. De las 12.00 a las 16.00 horas, ataques de Stuka. Inmediatamente después de los ataques aéreos, el regimiento de infantería atacará a ambos lados de Donchery y asegurará las colinas que se alzan al otro lado del Mosa.Tras ganar estas alturas, continuará sin pausa el ataque y se desviará hacia el oeste con el fin de tomar el canal de las Ardenas en el sector Hannogne–Omicourt.

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Walter Krupinski sobre el Me 262. Messerschmitt Me 262. La esperanza de la Luftwaffe.

Walter Krupinski: «Esa mañana me senté en la cabina de un Me 262 en Riem. Tenía una resaca infernal, resultado de demasiados tragos la noche anterior. Steinhoff estaba de pie, en la punta del ala. Él dijo; “lo más difícil con este tipo de aviones es arrancar los motores, yo lo haré por ti”. No había nada escrito en ningún libro, ni nada por el estilo. Me acababa de dar la información básica, suficiente para empezar. “Es muy complicado —añadió—. En el despegue necesitas mucho tiempo hasta que logras levantar el vuelo. No te impacientes ni hagas nada con prisa. Y en el aterrizaje, no puedes recuperar velocidad como lo harías con una velocidad de aproximación normal. ¡Es rápida, muy rápida!” En realidad, descubrí que el despegue en el Me 262 fue bastante fácil porque la rueda del morro rodaba muy bien y sin complicación, pero el problema, como Steinhoff había afirmado, era que los motores no aceleraban para aumentar la velocidad lo suficientemente rápido. Necesitabas toda la longitud de la pista para alcanzar la velocidad de despegue. En Riem, la pista de despegue era de unos 1.100 metros de largo, y sólo después de unos 1.000 metros podías alcanzar la velocidad de elevación necesaria para salir del campo. De todos modos, me preparé para el despegue. Cerré la carlinga y eché un vistazo rápido al panel de instrumentos. Frenos apagados. Lentamente, como un pato cojo, el pájaro comenzó a rodar. Pero luego, el final de la pista, como predije, vino hacia mí muy rápidamente. Un vistazo al indicador de velocidad me indicaba que me movía a 200 km/h. Tiré suavemente de la palanca y el aparato comenzó a elevarse. Sin arrastre, el avión subió rápidamente. Tren de aterrizaje arriba. Aceleré ligeramente hacia atrás, a 8.000 rpm. Subí y la velocidad creció y creció -350, 400, 500, 600 km/h – parecía no tener límite».

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Asalto a un búnker francés en la ribera de Sedán. LA BLITZKRIEG CONTADA POR SUS PROTAGONISTAS

Una vez ha recuperado el aliento, el enemigo abre fuego de artillería sobre el Mosa, exactamente en el punto de cruce de los zapadores alemanes –puede observarlo con todo detalle desde el terreno elevado del sur de Sedán. Uno de los búnkeres de cañones contracarro abre entonces fuego contra los atacantes. Se aproximan al siguiente búnker por la retaguardia; el grupo se acerca sigilosamente por el punto ciego que producen los tubos de los cañones. Rubarth va primero, como de costumbre. Obstáculos de alambrada y cables bajos bloquean el camino, pero una vez más, logra introducir la carga explosiva por la aspillera: Rubarth se pone a cubierto… no ocurre nada. La espoleta ha fallado. Bueno, pues otra vez arriba, nueva espoleta y ahora sí… se produce una explosión. Parte de la pared del búnker queda en ruinas. Las granadas de mano animan a los ocupantes a moverse y salen arrastrándose, entumecidos por el humo de la pólvora –llorando, gimoteando, completamente abrumados. «¡Oh –camerade!», tartamudean, agitando una bandera blanca. El ataque de los Stuka les ha destrozado los nervios y la carga concentrada de Rubarth los ha reducido a gelatina.

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El «Führungschaos» – Pánico en Narvik. NORUEGA 1940. Antonio Muñoz

En la mañana del 14 de abril se confirmaron las noticias del ataque británico en Narvik y el hundimiento de los destructores alemanes que todavía sobrevivían a la primera batalla. Hitler consideró todo aquello una verdadera catástrofe. «Hemos tenido mala suerte», le dijo simplemente a Brauchitsch. Las tropas de Dietl, su viejo compañero de lucha desde 1919, habían quedado aisladas. Hitler temía que un fiasco en el norte podía dañar su prestigio ante el OKH, resentido por haber sido apartado del planeamiento de la operación.

La reacción de Hitler ante las primeras dificultades estuvo muy lejos de la «inalterable determinación» de tintes místicos con la que gustaba revestir sus decisiones. Aunque Dietl no había sufrido todavía un solo ataque, el 14 de abril Hitler le ordenó que evacuara Narvik y buscara refugio con sus fuerzas en Suecia, y más tarde sugirió que se replegara a las montañas circundantes, lo que, con la falta de vituallas, significaba la destrucción de las tropas.

Los que rodeaban a Hitler en la sala del Gobierno del Reich, que se utilizaba para sus conferencias militares, quedaron pasmados. «Reacción espantosa (de Hitler)», anotaba en su diario Jodl, quien denominó a este periodo «Führungschaos» («caos en la dirección»).

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