Franz sabía que había que dirigirse a toda velocidad contra los bombarderos, alcanzarlos por los laterales o desde abajo, ascender, dar la vuelta y repetir el ataque. Franz levantó la pestaña de metal que guardaba el gatillo del Me 262. Su pulgar enguantado descansaba sobre el botón marrón que disparaba los cuatro cañones pesados de 30 mm del morro del reactor.
Franz solía decir a sus estudiantes lo que le habían contado, que los cañones podían arrancar el ala de un B-17» con solo cinco proyectiles. Estaba listo para comprobar semejante afirmación.
Los bombarderos eran todavía diminutos y estaban muy lejos del alcance cuando Franz miró hacia arriba y vio un panorama que lo dejó boquiabierto. Desde muy alto, volando derechos contra él y sus camaradas, venía una formación de cazas plateados. Conocía la silueta –largos morros, alas rectas y colas estrechas. Había derribado a uno el mes de abril anterior. Se trataba del caza al que los alemanes llamaban «la Cruz Volante», y los norteamericanos «el Munstang». Era el P-51 y había, al menos, cien de ellos. Franz sabía que estaba en problemas. Con una calmada voz de profesor, Steinhoff comunicó por radio: «Problemas arriba».
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