El ataque al primer convoy. Ataúdes de acero. Herbert A. Werner

«Profundidad de periscopio», ordenó el Capitán. El U-557 se elevó hasta la profundidad pedida. El primer oficial subió a la torreta y yo me hice cargo del timón. El zumbido del motor del periscopio inundó la pequeña sala. Paulssen tuvo dificultades con el periscopio y lo subió y bajó entre los cabeceos arriba y abajo en la mar encrespada.

El operador de los hidrófonos informó de que el convoy se acercaba rápidamente. Pronto oímos por nosotros mismos el intenso murmullo de una multitud de hélices. El hidrofonista detectó entonces un grupo de escoltas por delante del convoy. El intenso ruido de las hélices inundaba todo el horizonte occidental. Luego oímos el agudo y metálico ping-ping de los impulsos de Asdic que emitían los destructores para detectarnos.

Para la mayoría de los que estábamos a bordo se trataba de una nueva sensación. Cada uno de los impulsos chocaba contra el submarino como un martillo golpeando un diapasón; luego viajaba a través del casco y escapaba dispersándose por todo el horizonte. Entre tanto, el sordo traqueteo de multitud de motores de pistón y el sonido chirriante de las turbinas se intensificó y luego se hizo más distante. El operador de los hidrófonos informó de que el convoy había virado hacia el sur.

De repente, distinguimos las altas revoluciones de hélices de un destructor. El Capitán giró rápidamente el periscopio sobre su eje y dijo, «tres destructores, rumbo tres – dos – cero, distancia tres mil metros. Todo el timón a estribor, nuevo rumbo hacia el sur». Podríamos haber atacado a los amenazantes destructores, pero Paulssen eligió, sabiamente, una presa más grande y más segura. Pronto gritó exultante, «¡Vaya panorama! Que los cinco tubos lanzatorpedos se preparen para disparar. Velocidad del blanco diez, ángulo izquierda treinta, profundidad siete, distancia mil doscientos. ¡Eh, primer oficial, echa un vistazo al desfile!»….

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Jemmingen, la batalla que se libró en la estrechura de un dique. Los tercios en combate. Hugo A. Cañete

El duque de Alba decidió adelantarse hasta tener a la vista el campamento enemigo y juzgar con sus propios ojos cuál era la verdadera situación del ejército rebelde. Tras observarlo detenidamente, determinó que Luis de Nassau se hallaba atrincherado con sus hombres. Así que volvió grupas y regresó de inmediato a donde estaba el resto del ejército.

Croquis del despliegue de Hugo A. Cañete

Una vez estuvo con sus oficiales, comenzó a dar instrucciones para el despliegue de las tropas. Ordenó a Sancho Dávila que avanzase de nuevo por el camino del dique que había explorado esa mañana con la compañía de arcabuceros a caballo del capitán Montero y 500 arcabuceros españoles de a pie. A esta primera fuerza debían darle cobertura los maestres de campo Julián Romero, con 500 arcabuceros y 300 mosqueteros, y don Sancho de Londoño, con 1.000 arcabuceros, toda gente escogida de los cuatro tercios y seleccionada por el sargento mayor del Tercio de Lombardía, Francisco de Valdés.

Cerrando la vanguardia iban las compañías de caballos de César de Ávalos y del conde Curcio Martinengo. El duque había dispuesto que se ocupasen con arcabuceros todas las casas y aldeas que se fuese dejando atrás esta vanguardia en su avance con el fin de proporcionar refugio a sus integrantes caso de que el enemigo los atacase con todas sus fuerzas y se viesen obligados a retirarse.

Del mismo modo, ordenó a los dos maestres de campo restantes, Alonso de Ulloa y don Gonzalo de Bracamonte, que se quedasen en sus tercios formados en escuadrón con instrucciones de no moverse hasta que él lo indicase. La disposición del cuerpo principal el ejército era la siguiente: En la vanguardia los cuatro tercios españoles, seguidos del escuadrón de alemanes y de las 15 banderas de arcabucería valona de los regimientos de Hierges y Gaspar de Robles. Cerraban la formación tres compañías de caballería ligera con 300 lanzas y el estandarte de herreruelos de Hanz Bernia.

Todos caminaban en columna con un frente máximo de 9 infantes por el camino del dique, siendo imposible salir a campo abierto por la cantidad de lodazales y atolladeros propios de aquella región, que no era otra cosa que la desembocadura el río Ems….

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Manstein trata de evitar la penetración del Grupo Popov. Manstein y la Tercera Batalla de Járkov

La visión de Mackensen y su estado mayor era completamente correcta, a saber, no podían quedarse de brazos cruzados mirando cómo el enemigo penetraba en el flanco profundo, aumentando día a día el riesgo de envolvimiento tanto del ejército panzer como del grupo de ejércitos. Había que adoptar medidas lo antes posible con el fin de alejar este peligro.

¿Cómo se veían las reflexiones de Manstein? Una vez que hubo conseguido la autorización de Hitler para abandonar el saliente del Don – Donets, la atención de su plan se dirigió a que la nueva línea defensiva, más corta, desde el mar de Azov hacia el norte hasta el Donets, fuese ocupada solo por divisiones de infantería y de seguridad.

Su intención era emplear las divisiones móviles que quedasen libres en el ala izquierda para lanzar un contraataque contra las divisiones enemigas desplegadas en el hueco existente entre el ejército panzer y el Destacamento de Ejército Lanz, y retomar el contacto con el Grupo de Ejércitos B. Este gran contraataque comenzaría una vez ocupada la posición «Topo» (Maulwurfstellung). Sin embargo, sería condición indispensable que se pudiese reconstruir una línea defensiva en todo el frente del Grupo de Ejércitos del Don. Con ese objetivo en mente dio Manstein al Primer Ejército Panzer la orden de reducir el territorio bajo su responsabilidad.

Manstein mantuvo una conversación telefónica con Zeitzler el 9 de febrero por la mañana. En ella se vio claramente que el estado mayor del Grupo de Ejércitos del Don y el OKH, Manstein y Hitler, tenían ideas distintas…

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Ataque a Androusa. Un tercio español en la península del Peloponeso. Los tercios en combate.

El asalto a los muros no salió como se esperaba. Los de dentro se defendieron como fieras, mucho mejor de lo que habían calculado los españoles, a los que veían desde las murallas silueteados por el incendio del arrabal, arrojándoles fuego griego y largándoles escopetazos y flechazos a placer por aspilleras horadadas en los muros y en las paredes de las casas, haciendo gran daño.

El escuadrón del maestre de campo llegó a la puerta de la muralla y la encontró abierta. Machicao entró corriendo con unos 20 infantes a ver si podía hacerse con la ciudad en un golpe de mano, pero acudieron multitud de turcos de todos lados y los españoles quedaron aislados en el interior antes de que pudiesen entrar más. En el combate que siguió cayó muerto Machicao de un escopetazo que le dieron en la frente. Diego de Tovar que lo vio desde fuera y que era su amigo corrió dentro a tratar de recuperar su cuerpo y se perdió también entre la multitud de soldados otomanos cayendo abatido de otro escopetazo. A ambos les cortaron las cabezas.

Las fuerzas asaltantes, disipada la sorpresa y sin el apoyo de los arcabuceros de Hermosilla sufrieron grandes pérdidas. Todavía duró el asalto algunas horas en la oscuridad. Despuntando el amanecer, los españoles se dieron por vencidos y se retiraron a reagruparse a un llano cercano. La situación era desesperada. No habían logrado tomar Androusa, había caído su maestre de campo, se hacía de día, no tenían garantías de retirarse sin que los sometiesen a persecución y hostigamiento con los caballos que habían sobrevivido y si daban a viso a las guarniciones de Modón y Navarino, el repliegue a Corón podía convertirse en una trampa mortal.

Los turcos que osaban acercarse al cuadro español, que se retiraba en buen orden, eran repelidos con salvas de arcabuz. Sin ánimo de tentar la suerte y conformándose con la victoria obtenida, se retiraron los turcos a Androusa, dejando marchar a los españoles a Corón…

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La desobediencia de Hausser. Manstein y la tercera batalla de Járkov

Manstein describió en sus memorias la decisión de Hausser para evitar el cerco como completamente acertada. Sin embargo, añadió que: «Si la retirada de Járkov la hubiese llevado a cabo un general del Heer, no hay duda de que Hitler lo hubiera llevado frente a un consejo de guerra».

Casi con toda seguridad, Manstein se refería con el comentario al destino de Sponeck, que como comandante del XXXXII Cuerpo de Ejército, dio orden a la 46.ª División de Infantería, bajo su mando, de retirarse de la península de Kerch el 29 de diciembre de 1941 a fin de evitar un cerco. Sponeck contravino una orden del Führer del 26 de diciembre de 1941, que estipulaba que cualquier unidad que fuese atacada tenía que mantenerse en sus posiciones y oponer resistencia.

En un consejo de guerra presidido por el Reichsmarschall Hermann Göring, el oficial de más alta graduación de la Wehrmacht, Sponeck fue condenado a muerte. Hitler le conmutó la pena por 6 años de confinamiento. Los casos de Sponeck y Hausser se diferencian fundamentalmente en que, aunque desde un punto de vista subjetivo ambos estaban convencidos de que esa era la única forma de salvar a sus tropas de una muerte segura a manos del enemigo, los superiores de Sponeck, que eran por aquel entonces el comandante en jefe del Grupo de Ejércitos Sur, mariscal von Reichenau y el comandante del Decimoprimer Ejército, coronel general von Manstein, no pensaban igual que él.

En el caso de Járkov, la situación era distinta. Empezando por Raus, que también tenía desplegadas algunas de sus fuerzas en la ciudad y pasando por su superior más directo, el general de tropas de montaña Lanz, hasta llegar a los dos mariscales Weichs y Manstein y al jefe del Estado Mayor General del OKH, todos coincidían en valorar como equivocada la decisión de Hitler desde el punto de vista militar; esto es, mantener Járkov a toda costa, aun a riesgo de quedar cercados. Pensaban que, de preceder de ese modo, las consecuencias serían catastróficas.

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