Memorias del Sargento Bourgogne – La sangre de caballo como alimento

El hambre era ya un peligro mayor que el enemigo. Lo que más a mano tenían los soldados eran los caballos moribundos, pero tenían que ser rápidos porque se congelaban en minutos. A este respecto dice Bourgogne:

Cuando nos deteníamos a comer algo lo más rápidamente posible, sangrábamos a los caballos que iban quedando abandonados, o los que podían ser sacrificados sin ser vistos. La sangre se vertía en una cacerola, se cocinaba y se consumía. Pero a menudo nos vimos obligados a comérnosla antes de que hubiese tiempo de cocinarla. O se daba la orden de marcha o los rusos caían sobre nosotros.

En este último caso no les prestábamos mucha atención. En alguna ocasión he visto a hombres comiendo tranquilamente mientras otros disparaban a los rusos para mantenerlos a distancia. Pero cuando la orden era imperativa y nos veíamos obligados a marchar, nos llevábamos la cacerola con nosotros y, mientras caminábamos, cada hombre metía las manos y tomaba lo que quería; a consecuencia de ello las caras quedaban untadas de sangre.

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Memorias del Sargento Bourgogne – Los estragos del frío

Ese día, 6 de noviembre, había una densa niebla y más de veintidós grados bajo cero. Nuestros labios se habían helado, nuestros sesos también; toda la atmósfera era gélida. Soplaba un viento terrible y la nieve caía en enormes copos. No solo perdimos de vista el cielo, también a los hombres que caminaban delante de nosotros.

El gran Ejército se va agotando y diezmando un poco más cada día. El viento corta como una navaja de afeitar. El frío hace que los miembros sean tan frágiles como el alabastro. El hielo suelda los párpados y los dedos se quedan pegados al acero de las armas. Las articulaciones de los pies y de las manos se quiebran a la menor torsión. Para apropiarse más fácilmente de la ropa de los muertos no hay que esperar a que los cuerpos se congelen. Más de uno es despojado antes de exhalar su último aliento….

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Patton sobre Montgomery en Las Ardenas

Mientras Bradley y yo discutíamos los planes para una operación combinada entre los Primer y Tercer Ejércitos, llamó Eisenhower e informó a Bradley que le iba a dar a Montgomery el mando operacional de los Primer y Noveno Ejércitos de Estados Unidos, ya que las comunicaciones telefónicas entre Bradley y estos ejércitos estaban atravesando dificultades. En realidad esto no era del todo cierto, y me pareció por entonces que estaban dejando de lado a Bradley, bien por falta de confianza en él o bien por ser la única manera que tuviera Eisenhower de evitar que Montgomery se «reagrupara».

Hablar de la falta de velocidad de Montgomery me recuerda algo que el sargento Meeks me dijo al principio cuando comenzábamos las operaciones y Montgomery estaba aguantando valerosamente en Caen mientras nosotros llevábamos la iniciativa. El sargento Meeks observó: «por Dios, general, si el general Montgomery no hace por moverse a esos soldados británicos les van a crecer algas y lapas en su pie izquierdo de tanto estar en el agua».

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La batalla de la Montaña Blanca – se desmorona la línea protestante

Atrás, en la línea de defensa, Thurn había reunido a la caballería de vanguardia y la había enviado a juntarse con Bubna-Solms. Por desgracia, cuando vieron a la gente de Bucquoy precipitándose hacia ellos perdieron los nervios y huyeron de nuevo, barriendo a Bubna en su retirada y dispersando también a la mayor parte de la caballería real.


En el flanco norte, los alrededor de 400 cosacos que estaban con Tilly se habían abalanzado contra los 2.000 húsares de Korni y los estaban haciendo retroceder mediante una larga escaramuza.
Para las 13:15 horas el grupo de Bucquoy había dejado aislado al Regimiento de Caballería de Solms, capturado al propio Solms y alcanzado la línea de la cima. Los cinco reductos adelantados habían sido arrollados con facilidad, unos por Bucquoy y otros por Tilly. A medida que los restos de Thurn y de la caballería pasaban en avalancha, los valones de Verdugo y los italianos de Spinelli marcharon contra Hohenlohe. Aquellas unidades se derrumbaron sin disparar un tiro; el Regimiento de Infantería de Kaplir y la mayor parte del 2º escalón siguieron su ejemplo. Los húsares de la retaguardia comenzaron a alejarse. En el Palacio de la Estrella, alarmado Sajonia-Weimar por la llegada de Tilly, envió a pedir ayuda a Kornis. «Ya no deseo ser alemán», dijo dramáticamente, «¡sino húngaro!».
«¡Germani currunt!», informó Kornis, abandonando el campo de forma pragmática.

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Market-Garden – Los panzer llegan a Arnhem

La columna, una mezcla de ocho obsoletos Panzer III y algunos de los más modernos y potentes Panzer IV, siguió avanzando. La información, recuerda, es escasa; ellos «sabían que los paracaidistas habían aterrizado en Arnhem pero no sabía nada sobre la flota de planeadores que había fuera de la ciudad». Rodando adelante, empezaron a ver las consecuencias de los combates recientes: «había vehículos destruidos y partes de cuerpos en arbustos en las calles y en lso árboles».

No estaban acostumbrados a semejantes escenas, y la tensión aumentó cuando se acercaron al centro de la ciudad. Kracht admitió que: «nosotros, los jóvenes ‘combatientes’ de la 6.ª Compañía de carros de combate de Bielefeld, ¡estábamos horrorizados!». Esto no era lo que esperaban los inexpertos reclutas y Kracht no eran una excepción:

«Personalmente sentía lago de aprensión mientras nuestros carros entraban en Arnhem. Aún tenía que superar la conmoción ante la destrucción y los cadáveres que yacían en la cuneta. ¿Tal vez íbamos a ser la próxima víctima de los cañones anticarro británicos? Este sentimiento creció cuando la compañía perdió sus primeros carros».

Los carros empezaron a aproximarse al puente de carretera de Arnhem desde el este, usando las casas en la carretera de la ribera para cubrirse. «¡Había muchos Tommies escondidos en los sótanos!», comentó Kracht. «Fueron sacados de ellas por los granaderos panzer que nos acompañaban….

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