Barbarroja 1941 – Los ucranianos no quieren luchar

Exactamente a las 17.30 horas los cañones comenzaron a rugir y a aplastar el bosque desde ambos lados de la carretera. Los motores de las motocicletas aullaban; tanto éstas como las que llevaban sidecar con hombres en su interior parecían animales de presa.

Agarrados fuertemente a sus máquinas, mis camaradas bajaron desde la elevación y corrieron hacia las detonaciones de los proyectiles y las ráfagas de las ametralladoras enemigas. En pocos segundos la compañía había llegado a la linde del bosque y había desaparecido. Peter apretó el acelerador y salió corriendo en busca de su compañía.

El fuego de artillería estaba todavía dirigido a la linde del bosque. Ni un solo disparo de artillería fue hecho contra nosotros. Pequeños caballos desaliñados masticaban sus bridas. Los rusos en fuga escaparon hacia el norte por ambos lados de la carretera. Pero ¿qué sucedió entonces? La compañía se detuvo. Comenzó a luchar con los rusos en retirada y con bolsas aisladas de resistencia.

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FW 190 – El pájaro carnicero. Evolución de las tácticas contra los «Viermots» (cuatrimotores)

Desde que los bombarderos cuatrimotores hicieron acto de presencia sobre los cielos europeos los pilotos de la Jagdwaffe estuvieron discutiendo de cual era la mejor manera de enfrentarse a ellos.

Pintura de Loin Wyllie

En un primer momento se pensó en una aproximación clásica desde atrás, pero el caza estaría sometido al fuego defensivo de las ametralladoras de 12,7 mm no sólo del bombardero atacado sino de sus compañeros que se disponían en formación de caja. Era necesario acercarse lo suficiente para estar al alcance de las MG 17 de 7,92 mm y con sus proyectiles trazadores corregir el disparo de los cañones MG 151.

El gigantesco B-17 ocupaba no sólo todo el visor de puntería Revi sino todo el parabrisas del caza, de hecho no sorprende que muchos pilotos abrieran fuego prematuramente y realizasen una maniobra evasiva. Los que esperaban a estar a distancia de tiro estaban también pendientes de buscar la mejor ruta de escape tras el ataque. Bajo estas condiciones raramente se llevaban a cabo los ataques del modo planeado. Otra dificultad añadida para los jefes de formación era volver a reunir a sus aparatos para realizar otra pasada pues los cazas salían en todas direcciones cuando realizaban las maniobras evasivas.

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La batalla de los Abrojos – El león contra la jauría

Siguiendo la táctica tradicional española dispuso a sus galeones en una larga hilera, ligeramente cóncava, con la capitana en cabeza y la almiranta cerrando la marcha, detrás, protegidas por este despliegue defensivo y con órdenes de alejarse lo antes posible del combate, quedaban las inermes carabelas de las tropas y del azúcar.

Los holandeses desplegaron en forma similar y con la ventaja del barlovento no tardaron en caer sobre la escuadra ibérica, enfrentándose entre sí los buques principales, mientras el resto se limitaba a cañonearse a media distancia. Así que el combate principal se dividió al principio y al final de cada formación y entre los buques principales.

Siguiendo de nuevo la táctica tradicional española, el insignia de Pater embistió a la capitana de Oquendo, buscando el abordaje. El choque fue muy duro, metiendo su bauprés entre los palos mayor y mesana del «Santiago», que aprovechando el impulso del choque y maniobrando con el timón y el velamen, según dispuso Oquendo, giró enlazado con el «Prins Willem», con lo que el español quedaba ahora a barlovento, así el humo del combate iría en dirección a los holandeses, perjudicándolos notoriamente. Pero el costado libre del español fue atacado inmediatamente por otro de los grandes buques holandeses, ahora el «Provintie Utrech», iniciándose así el duro combate.

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Combate entre el San Mateo y el Saint-Pierre – Batalla de San Miguel o Isla Tercera (1582)

Los franceses copaban las bordas, castillo y alcázar de su galeón, toda la tropa gritaba con el ánimo de aterrorizar a la tripulación del San Mateo, dotación que por otra parte parecía brillar por su ausencia, a excepción de los marineros de gavias y otros que se veían por cubierta.

El estruendo de timbales y cornetas hacía, quizá, más horrible aquella amenazante figura que desde los penoles del mastelerito y masteleros pasando por las gavias se adornaban de banderas y gallardetes de colores amarillo, anaranjado y negro. Cuando el Saint-Pierre aproaba contra el castillo de proa del San Mateo, la artillería del primero, la de su cubierta baja con sus cañones, medios y culebrinas, y la de la principal, con sus versos, esmeriles y falconetes, lanzaba  una descarga cerrada contra el costado del galón hispano, a su vez la arcabucería barría las bordas y todo aquello que se encontrase al descubierto, era el momento para que los marineros más habilidosos lanzasen  sus cabos con las garfios para amarrar el mastodóntico galeón, el cual parecía inactivo. Era la táctica española, dejar que el otro descargase sus armas y aguantar tras la resistente estructura y envolvente del forro. La descarga fue como una bofetada, estremeció hasta la última cuaderna, consiguió que la nave se balanceara sobre su crujía. El galeón no reaccionaba.

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Franz Stigler conoce a Hans-Joachim Marseille, la Estrella de Libia

Schroer presentó a Franz a Marseille, que se sentaba en un sillón de madera hecho con cajas, un regalo de los hombres de intendencia. Marseille y Schroer habían sido compañeros de habitación en la escuela de vuelo y compañeros de formación sobre el Canal. Marseille tenía una botella de coñac francés en una mesa cercana y llamó a un ordenanza para que trajese una copa de coñac para Franz.

Franz estaba sorprendido de que Marseille tuviese un carisma callado y amable, lejos de su reputación tempestuosa.

«Franz es nuevo en la unidad», dijo Schroer.

«¿Has conseguido ya alguna victoria?», preguntó Marseille.

«Todavía no», dijo Franz avergonzado. Todo el mundo sabía que era política de la JG 27 ayudar a un piloto nuevo a conseguir su primera victoria en las diez primeras misiones. Pero Franz vino de la décima tal y como se había ido.

«No hay motivo para disculparse por no haber matado nunca a un hombre», dijo Marseille. Le sirvió a Franz una copa de coñac. «Como soldados, debemos matar o morir, pero en cuanto una persona empieza a disfrutar matando está perdida. Después de mi primera victoria me sentí muy mal». Después de haber vaciado una botella de coñac, Marseille y Schroer compartían sus secretos de combate y supervivencia con Franz, inclinado cerca de ellos, con sus ojos alicaídos de tanto beber.

«Dispara desde lo más cerca posible, desde unos setenta metros o menos», le dijeron.

«Bebe mucha leche, es buena para los ojos».

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