Mientras el 2.º Batallón se dirigía al frente marchando en columna, nos encontramos una escena totalmente diferente a cualquier cosa que hubiéramos visto en la guerra. El Ejército de Estados Unidos estaba en plena retirada.
A medida que los soldados norteamericanos fluían hacia la retaguardia, sus rostros reflejaban auténtico pánico. Los soldados habían abandonado sus armas, sus mochilas, su equipo, y sus abrigos. Sus ojos hundidos reflejaban «la mirada de las mil yardas» de hombres paralizados por el pánico. Cuando pasábamos junto a ellos, nos gritaban, «¡corred! ¡Corred! ¡Tienen de todo, carros de combate, aviones, de todo!».
Siento orgullo al decir que no recuerdo que ninguno de nuestros hombres diera una sola palabra por respuesta. No se merecían ningún reconocimiento. Nos limitamos a seguir caminando hacia la lucha que se libraba en algún lugar más adelante. Cuando nos aproximamos a un ligero recodo de la carretera frente a Foy, el batallón se desplegó para despejar los bosques de la parte derecha de la carretera.
Alguien más había ido por el bosque antes de que llegáramos y había entablado un terrible combate. Esta sección de bosque estaba literalmente cubierta de hombres muertos y agonizantes, tanto alemanes como norteamericanos. Nuestros hombres limpiaron algunos nidos de resistencia enemiga y recibieron órdenes a continuación de establecer una línea de defensa.
Luego surgió la cuestión de nuestros carros de combate en relación con los carros alemanes, y respondí diciendo que en el transcurso de los combates librados hasta el momento habíamos destruido dos carros alemanes por cada uno perdido. Declaré también que todo nuestro equipo, indumentaria, etc., era superior a cualquier cosa que tuvieran los Aliados o los alemanes.
Pensando en las críticas a los carros de combate a raíz de la conversación mantenida con los corresponsales de prensa, escribí una carta al general Handy repitiéndole lo que le había dicho a los mismos. Esta carta recibió un amplia difusión y tuvo un efecto considerable en el freno de esa crítica estúpida, que no solo era incierta, sino que además ejercía un mal efecto en la moral de nuestros soldados. La historia que se difundió por toda Norteamérica sobre que nuestros carros eran inferiores a los alemanes llegó al fin a los soldados de primera línea y causó alguna aprehensión entre ellos.
Si cogemos dos carros de combate y los comparamos punto por punto —cañón, velocidad inicial, protección del blindaje, etc.— quizá hubiera una ventaja para el carro alemán si se comparaban los suyos más pesados con los nuestros de la época. Si los dos carros se encontraban en la calle de una villa y tuvieran que combatir, permaneciendo constantes el resto de condicionantes, probablemente el carro norteamericano se hubiera llevado la peor parte. Sin embargo, no era esta la idea del general sobre cómo debían utilizarse los carros en combate. Su idea consistía en no utilizar nunca los blindados en combates carro contra carro, sino penetrar las líneas enemigas y luego sembrar el caos en la retaguardia.
Llévate de regalo el mapa del U.S. Army de la zona de Bastogne para que puedas seguir las operaciones y el espectacular giro del Tercer Ejército ejecutado por Patton en la Batalla de las Ardenas por una cara y de la operación de asalto a Sicilia por la otra a todo color. Mapa gigante y a color, 42×59 cm.
El modo alemán de hacer la guerra ofrece una visión detallada de las operaciones del ejército prusiano, más tarde alemán, desde la primera gran campaña del Gran Elector, Federico Guillermo, a la aplastante derrota frente a Moscú en 1941. Se trata de una iniciativa sobre algo que, hasta donde alcanza mi conocimiento, no se ha hecho nunca, un estudio del fenómeno histórico del modo de hacer la guerra prusiano-alemán sobre un periodo de tiempo extremadamente largo, lo que el historiador francés Fernand Braudel llama el longue durée.
Los beneficios que se extraen de semejante enfoque son que muchos desarrollos que parecen revolucionarios y totalmente novedosos –la noción de la blitzkrieg, por ejemplo- están en realidad firmemente enraizados en el pasado. También trata, allí donde es posible, de ir más allá de los hechos y arrojar luz sobre lo que los alemanes –en especial la opinión profesional de los militares- pensaron que estaban haciendo. En otras palabras, trata de decir algo sobre la mentalité operacional del cuerpo de oficiales alemán. El trabajo analiza el papel jugado por el ejército prusiano al elevar a un estado pequeño y empobrecido al nivel de las grandes potencias europeas para mediados del siglo XVIII. Analiza las operaciones de Federico el Grande, las razones del colapso del ejército prusiano contra Napoleón en 1806, su rápido resurgimiento, y su participación en las campañas finales que libraron a Europa de la tiranía napoleónica.
Estudia cuidadosamente el siglo XIX, la época de Carl von Clausewitz y del general Helmuth von Moltke. El primero creó lo que se llamó una «metafísica de la guerra», el segundo ejerció en la era del impresionante cambio tecnológico testigo de la introducción del fusil, el telégrafo y el ferrocarril y logró un éxito que fue mucho más allá de cualquier figura contemporánea a la hora de integrar las nuevas máquinas en la planificación de guerra así como en las propias operaciones militares como la Guerra de las Siete Semanas de 1866, y la Guerra Franco-Prusiana de 1870-1871.
Entonces, en 1914, todo se derrumbó. La Primera Guerra Mundial fue el más prolongado y sangriento conflicto que había visto el mundo hasta el momento, y su curso parecía mostrar la absoluta futilidad de las operaciones ofensivas al gran estilo de la Bewegungskrieg alemana.
El periodo de entreguerras hubo un renacimiento doctrinal y se redescubrió el arte de la Bewegungskrieg. El resultado fue la Wehrmacht, la división panzer, y la Luftwaffe. Esta obra analiza el desempeño operacional alemán en esta guerra, la mayor de todas, buscando definir con exactitud qué fue lo que hizo al ejército alemán tan formidable, particularmente en los primeros años de la contienda, los años de las Kesselschlacht y de Heinz «el rápido» Guderian. También se centra, igualmente, en los fracasos alemanes que llevaron a la debacle frente a Moscú en 1941.
«Nuestras compañías solo tenían entre treinta y cincuenta hombres. Nuestra línea de frente presentaba huecos; estábamos esperando refuerzos. Nos aproximamos a los rusos tanto como nos fue posible, a menudo a una distancia de 100 metros, para evitar los órganos de Stalin, que eran efectivos en un radio de impacto de 250 metros. Si nos disparaban tocarían a su propia gente.
Además, disponían de buenos francotiradores. Andar por ahí de día era suicida. Por la noche cavábamos como locos para ampliar nuestras trincheras. La tierra se sacaba con lona y se esparcía detrás de nuestra posición. La munición y las raciones nos llegaban de la retaguardia. También recibíamos algún reemplazo de vez en cuando, conductores y gente de las unidades de servicios de retaguardia, lamayoría sin experiencia y pobremente adiestrados.
Debido a la escasez de infantería, cubrí un hueco de la línea del frente con mi grupo de diez hombres de morteros pesados. Delante de nosotros había un campo de minas y luego los rusos. Tenía en mi grupo cuatro cabos, veteranos con los que había luchado durante desde hacía bastante tiempo. Calibramos los morteros con precisión y podíamos hacer blanco sobre los enemigos detectados dentro de la distancia de tiro».
Ese es el verdadero código genético del modo alemán de hacer la guerra. La movilidad, la obsesión por los flancos y la retaguardia, la agresividad innata y desmedida, la Auftragstaktik y otros muchos elementos que caracterizaron a los ejércitos alemanes desde la época del Gran Elector a Hitler.
A lo largo de las páginas de EL MODO ALEMÁN DE HACER LA GUERRA, Robert M. Citino nos sumerge en el análisis de grandes batallas de la tradición germano-prusiana como Fehrbellin, Mollwitz, Hohenfriedeberg, Rossbach, Leuthen, Zorndorf, Jena, Eylau, Leipzig, Waterloo, Koniggratz, Mars-la-Tour, Saint Private, el Marne, Tannenberg, Lodz, y campañas como el Plan Blanco (Polonia), el Plan Amarillo (Francia) y la Operación Barbarroja.