Franceses y Holandeses: Nuevo asalto fallido a la Flota de Indias (1644). El León contra la Jauría Vol II

Con la llegada de la flota holandesa se dispuso un nuevo ataque en noviembre, ahora contra la Flota de Indias que regresaba en dicho mes. Los portugueses con un nuevo jefe supremo, Tristán de Mendoça, poco ducho en cuestiones navales, y con los holandeses que, más atentos al lucro que a la lucha, habían aprovechado el viaje y estancia en puertos portugueses para comprar y cargar en sus barcos una buena cantidad de sal, materia prima indispensable para su gran industria de salazones de pescado.

Tal vez pensaran que el triunfo sería fácil, y que así se ahorraban la travesía del Atlántico
para conseguirla en las salinas americanas. Pero en Madrid se era muy consciente del peligro, así que se dieron órdenes para formar una potente escuadra que saliera al encuentro de la Flota de Indias y la escoltara en su última etapa del viaje. Para ello se combinaron la armada o escuadra de Galicia, todavía al mando de D. Andrés de Castro, el almirante de Oquendo en Las Dunas, la de Nápoles al de D. Martín Carlos de Mencos, y la de galeones, al de D. Pedro de Ursúa, sumando 23 o 24 buques en total.

El mando supremo se dio al duque de Ciudad Real, por entonces gobernador de Cádiz, gran soldado pero sin experiencia marinera, en substitución del duque de Maqueda, enfermo. El 4 de noviembre avistaron a la flota enemiga, atacándola decididamente pese a su inferioridad y derrotándola en un duro combate que duró desde las 9 de la mañana a las 11 de la noche. Desgraciadamente las relaciones del combate son confusas y contradictorias, pero coinciden en la victoria española y en la retirada de los aliados, dándose por seguro que los primeros perdieron al menos dos buques por uno los españoles.

Los holandeses abandonaron la campaña y terminaron en puertos ingleses, renunciando a proseguir con las operaciones. La retirada portuguesa también fue catastrófica, pues su jefe, Mendoça, al desencadenarse un temporal, pasó con su hijo y el dinero de la flota a un bergantín, abandonando su buque insignia muy averiado. Paradójicamente el galeón llegó salvo a puerto, mientras que el bergantín se perdió, muriendo todos los que iban en él…

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El hundimiento del crucero pesado Mikuma – Midway, la batalla que condenó a Japón

La preocupación más inmediata era por la seguridad de los cruceros dañados, Mikuma y Mogami, y de los destructores que les acompañaban, Arashio y Asashio. Esos temores se materializaron a las 06:30 horas, cuando se recibieron noticias del capitán Shakao Sakiyama del Mikuma, «Avistados dos aparatos enemigos procedentes de portaaviones».

Los sucesivos informes de los acosados buques ofrecen la crónica de los acontecimientos con total claridad:

«Atacados por seis bombarderos en picado que consiguen un impacto. Avistado un hidroavión enemigo».

«Nos siguen tres hidroaviones enemigos. Parece que fuerzas enemigas de superficie se han unido a la persecución».

«07:45. El Mogami ha recibido un impacto que le ha causado daños menores. Tres aviones derribados».

«08:00. Nos persiguen portaaviones enemigos y otros barcos que operan en la zona. Nos dirigimos a la isla Wake. Nos hallamos a 710 millas de isla Wake navegando con rumbo 30 grados».

Los cruceros dañados habían alcanzado un punto situado a 500 millas al oeste de Midway cuando atacó la primera oleada de aviones enemigos embarcados. En dicho ataque, el Mikuma fue tocado una vez y el Mogami dos, pero las bombas sólo infligieron daños menores. Sin embargo, sucesivos ataques provocaron más impactos y más daños. Cinco bombas que acertaron al Mikuma a las 10:30 causaron incendios por todo el barco, obligándolo a detenerse.

La furia de los incendios se incrementó rápidamente hasta que, a las 10:58, causaron
una tremenda explosión interna que descartó toda esperanza de salvar el barco. Se estaban llevando a cabo esfuerzos para transbordar a su tripulación a un destructor cuando, a las 12:00, llegó otro ataque de 10 aviones que se anotó más impactos y envió el crucero a las profundidades.

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El fin del Yortktown – Midway. La batalla que condenó a Japón

Los preparativos terminaron a las 12:45 horas y los 16 aviones se elevaron de la cubierta de vuelo rumbo al enemigo. Inmóvil cual estatua, el almirante Yamaguchi contempló el ordenado despegue, liderado por un hombre que sabía que no regresaría.

Todos los espectadores permanecían graves y en silencio, desgarrados por este cruel aspecto de la guerra que no dejaba margen a los sentimientos humanos. Uno tras otro, fueron despegando los aviones. Las manos se alzaron en silenciosa despedida y de todos los ojos brotaron lágrimas. A las 14:26 el grupo de ataque avistó un portaaviones enemigo con varias unidades de escolta a unas 10 millas de distancia y Tomonaga ordenó a sus pilotos cerrar la formación para el ataque.

Cazas de protección enemigos intentaron la intercepción pero en seguida les hicieron frente los Zero de escolta, mientras los torpederos se ponían en posición contra el portaaviones. A las 14:32 Tomonaga ordenó a sus aviones romper la formación de aproximación y separarse para realizar lanzamientos sobre el objetivo desde varias direcciones. Dos minutos más tarde ordenó el ataque. Lanzándose desde una altitud de 2.000 metros hasta unos cientos de metros del agua, los aviones fueron derechos al portaaviones norteamericano.

A las 14:45 un mensaje de radio informó de dos impactos de torpedo en el buque, que se identificó media hora después como de la clase Yorktown.

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El «terror a los carros» – KV-1 frente a Panzer III. Moscú 1941

Los carristas de la división panzer de Veiel, que solo llevaban seis semanas en el frente oriental, acabaron por descubrir el alarmante problema de alcanzar repetidamente a un T-34 soviético sin efecto alguno. Peor aun, la 5.ª División Panzer de Fehn, que era también una adición reciente al Grupo de Ejércitos Centro, informó del enfrentamiento entre un carro pesado KV-1 soviético y tres Panzer III y un cañón contracarro de 37 mm.

Moscú 1941

La suerte del KV-1 no quedó registrada, pero los tres carros alemanes resultaron destruidos. Como recordaba un carrista alemán en su diario el 20 de noviembre, tras acercarse a quemarropa en un combate contra un KV-1 dañado: «Le hicimos treinta disparos. Ninguno logró perforarlo. No había diez centímetros donde no hubiese un impacto directo. Nunca habíamos experimentado nada parecido».

Si las divisiones panzer estaban teniendo problemas con los nuevos modelos de carros soviéticos medios y pesados, el efecto sobre las divisiones de infantería, más pobremente equipadas, fue mucho peor.26 Blumentritt observó que estas formaciones «se sentían desvalidas e indefensas» y que se necesitaba urgentemente un nuevo cañón contracarro de al menos 75 mm de calibre. Sin embargo, como subrayaba Blumentritt, la ausencia de tal arma «marcó el comienzo de que lo acabaría llamándose el “terror a los carros”».

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El fin del Akagi – Midway. La Batalla que condenó a Japón. Fuchida y Okumiya

La visibilidad era buena. Sin embargo, las nubes se cerraban a unos 3.000 metros y, aunque había algunos claros, proporcionaban un buen lugar donde ocultarse a aparatos
enemigos que se acercaran.

A las 10:24 llegó por el tubo acústico la orden de iniciar el lanzamiento. El oficial de operaciones aéreas agitó una bandera blanca y el primer caza Zero ganó velocidad y abandonó zumbando la cubierta. Al instante, un vigía exclamó: «¡Bombarderos en picado!». Levanté la vista y divisé tres negros aviones enemigos que picaban contra nuestro barco.

Algunas de nuestras ametralladoras consiguieron dispararles algunas ráfagas frenéticas, pero era demasiado tarde. Las rechonchas siluetas de los bombarderos en picado «Dauntless» norteamericanos aumentaron rápidamente su tamaño y, de repente, varios objetos negros se separaron espeluznantemente de sus alas. ¡Bombas! ¡Venían directamente hacia mí! Me dejé caer intuitivamente sobre cubierta y me arrastré tras el mantelete de un puesto de mando.

Al terrorífico alarido de los bombarderos en picado siguió la devastadora explosión de un impacto directo. Hubo un fogonazo cegador y, a continuación, una segunda explosión aún más fuerte que la primera. Fui sacudido por una sobrecogedora onda de aire caliente. Aún hubo otra sacudida, pero menos fuerte; al parecer, una bomba que falló por poco. Entonces siguió una llamativa calma con el cese repentino de los aullidos de las armas. Me levanté y miré al cielo. Los aviones enemigos ya estaban fuera de la vista.

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