San Telmo, ataque general del 22 de junio. Los tercios en combate. Hugo A. Cañete

El combate fue encarnizado. Se derrochó valor y corrió la sangre en ambos bandos. El esfuerzo principal otomano se llevaba a cabo, una vez más, en el puesto del coronel Mas, donde los soldados turcos trataban de arrollar el encajado terraplenado y arrojar al foso los grandes cestones de tierra con cuerdas. Entre tanto, llovían las piedras y los artefactos incendiarios entre asaltantes y defensores.

Desde San Ángel, al otro lado del Gran Puerto, los artilleros de la plataforma artillera hacían todo lo que podían por ayudar a los defensores que luchaban en aquel espolón, causando un gran daño a los atacantes. Los arcabuceros apostados en el parapeto del caballero causaron gran daño en las filas cristianas, apuntando sus armas a aquellos que parecían tener mando. Los defensores, ocupados en repeler a los asaltantes, bajaban la guardia y se descubrían, poniéndose a tiro de los tiradores de élite otomanos.

Muchos oficiales cristianos murieron así esa mañana. Los defensores, imposibilitados de bajar a la plaza de armas a por pólvora, tenían que quitársela a los muertos para seguir disparando sus armas. Ante la situación crítica que se vivía en el puesto del coronel Mas acudieron partidas de refuerzo de otros puestos y, desesperados, organizaron un contragolpe con el que obligaron a los asaltantes a retirarse de nuevo al foso. Ante el desconcierto de los bajás, que daban ya el fuerte por ganado, se dio orden de cancelar el ataque y las tropas otomanas se retiraron perplejas a sus trincheras.

Había sido la mañana más sangrienta de todo el asedio. Murieron 2.000 soldados turcos y resultaron heridos otros tantos. Por parte cristiana habían tenido que lamentar la muerte de 500 hombres, entre ellos la mayor parte los oficiales. Para entonces, quedaban en pie en San Telmo unos 100 hombres, la mayoría heridos, sin municiones, sin esperanza de recibir refuerzos y sin tener, casi, donde cobijarse…

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La Cota 197.2 en el eje de Kovel, ofensiva de 1944. Cazador de Panzers. Vasiliy Krysov

Los hombres se dispersaron como el viento. Aguantando la respiración, agarré cuidadosamente el proyectil y me giré hacia la escotilla, temeroso de tropezar con algo o de que se me cayese. Todavía estaba caliente, pero parecía que entumeciese mis manos y mi corazón.

Era tan peligroso como pesado y tenía que salir del vehículo sin que se me resbalase de las
manos. Cuando se erguí sobre mi asiento y comencé a salir por la escotilla pude ver claramente el proyectil. Examinándolo, vi que no tenía espoleta en la punta. Miré en su parte trasera, pero tampoco había allí nada salvo el culote del elemento trazador. Grité con alegría a mis tripulantes, «¡muchachos, salid! ¡Está defectuoso!», y arrojé el proyectil al suelo.

Cambiamos el SU-85 a otra posición que ofrecía una mayor ventaja para observar la localidad y abrimos fuego contra emplazamientos probables de cañones contracarro. Los alemanes devolvieron el fugo de inmediato, obligándonos a volver a cambiar de posición cada vez que efectuábamos dos o tres disparos. Intercambiamos fuego con los cañones enemigos por espacio de una hora, esperando que esto apoyase, de algún modo, a las tripulaciones de los cañones autopropulsados atascados en el barro, pero no sabíamos nada de ellos y no podíamos contactarlos por radio porque la nuestra estaba destruida. De forma inesperada, sobrevoló el bosque una escuadrilla de aviones Il-2 de ataque al suelo.

Tras efectuar varias pasadas, alcanzaron a los alemanes en Paryduby con bombas y fuego de ametralladora. Fue entonces cuando vimos a un individuo arrastrarse hacia nosotros procedente del lugar donde estaban atascados los SU-85. Era Petya Kuznetsov, un soldado del destacamento de subfusiles agregado a la batería de Zotov. Había resultado herido por impactos de bala en ambas piernas. «Soy el único superviviente»…

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Kursk, enero de 1942. ¡Asalto! Acciones de combate de pequeñas unidades en el Frente del Este

Expuestos por vez primera a los rigores del invierno ruso, los alemanes lidiaron desesperadamente contra los elementos, ya que sus carros de combate, camiones y armas automáticas se averiaban y fallaban en el gélido frío. Además, la madera necesaria para la mejora de las posiciones era escasa, así que las agotadas unidades de infantería alemanas, desplegadas por entonces a lo largo de amplios sectores, concentraron sus defensas en poblaciones y posiciones fortificadas.

Aprovechándose de su superioridad numérica y de la mayor experiencia en condiciones de invierno, los soviéticos buscaron minar las defensas alemanas mediante una serie de ataques locales de objetivo limitado. En el sector de la 16.ª División de Infantería Motorizada alemana, las patrullas de reconocimiento soviéticas habían identificado con gran pericia un punto débil en la línea divisoria entre dos regimientos. Una agrupación de combate de armas combinadas del Ejército Rojo integrada por blindados e infantería logró efectuar una penetración de la línea de defensa principal alemana en el lugar donde cruzaba la carretera de Kursk, que discurría de este a oeste, lugar en el que movimientos vitales de aprovisionamiento alemanes circulaban por carretera y ferrocarril paralelos al frente.

En la explotación de la ruptura, una fuerza de unos 25 T-34 con infantería montada marcharon hacia Kursk y tomaron fácilmente las localidades que se interponían en su camino, defendidas únicamente por unidades de servicios de retaguardia germanos. El avance soviético continuó hasta el día siguiente, cuando fue detenido a unos 8 kilómetros de Kursk por una fuerza reunida apresuradamente por los alemanes.

Fracasaron varios intentos germanos de cerrar la brecha en la línea de defensa principal, y los soviéticos pudieron continuar con su fuerza de carros de combate acompañada de dos o tres batallones de fusileros, montados algunos en camiones. La localidad de Vorontsovo, situada…

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Asalto final a la Sultana. Batalla de Lepanto. Los tercios en combate. Hugo A Cañete

Tras la llegada de Bazán, don Juan dio instrucciones a las galeras cristianas que rodeaban a la Real para que resistiesen y contuviesen la línea. Las galeras de socorro se pusieron a popa y dio comienzo un trasvase de infantería española fresca de la reserva de 200 infantes, que entró en la Real y tomó posiciones junto a los defensores.

Una vez todos a bordo, se dieron instrucciones de prepararse para abordar a la Sultana. Cuando don Juan dio la orden de ataque, los infantes españoles volaron hacia el enemigo
colgados de maromas y corriendo en tropel por las pasarelas al interior de la galera enemiga. El maestre de campo Lope de Figueroa resultó herido por un tiro de arcabuz. En el enésimo asalto de la Sultana, los infantes españoles hicieron retroceder a los jenízaros hasta la popa. De súbito, en mitad de la refriega, el tiro certero de un arcabucero español impactó en la frente de Alí Pachá, matándolo al instante.

Un galeote malagueño liberado que peleaba con los infantes españoles estuvo avispado y corrió hasta el cuerpo del almirante otomano. Cuando llegó, le cortó la cabeza y la mostró a los defensores de la Sultana. Tras unos instantes de desconcierto, los bravos soldados otomanos se vieron sin mando y trataron de huir, momento que aprovecharon los atacantes para cargar y rendir la galera. El galeote corrió a llevarle la cabeza de Alí a don Juan, pero se le cayó al agua y no volvió a aparecer.

De forma simultánea, otra galera española había embestido a la Sultana por popa y, según relataba Francisco de Murillo al secretario real Antonio Pérez,

echamos gente y muchos cañonazos, arcabuzazos y pedradas, y trompas y alcancías de fuego [dos modalidades de fuego griego] dentro hasta que se rindió, y ganamos dos estandartes de los que traía en popa, y algunos soldados ganaron buenas alhajas de la recámara del bajá.

Alrededor de 500 soldados otomanos fueron degollados en la Sultana. Tras hora y media de lucha encarnizada, los españoles arriaban los estandartes del sultán y enarbolaban la cruz en la galera del almirante de la escuadra otomana. Del Estandarte de Alí Pachá se apoderó el capitán Andrés Becerra, de Marbella, cuatralbo en la escuadra de galeras de España….

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LOS TERCIOS EN COMBATE – Acciones y batallas de la mejor infantería del mundo. Hugo A. Cañete

Decía Pierre de Bourdeille, señor de Brantôme y soldado viejo francés de la época, que «los españoles se han atribuido siempre la gloria de ser los mejores entre todas las naciones. Y no les falta base para tal opinión y confianza, porque a sus palabras les han acompañado los hechos».

Son precisamente algunos de esos hechos los que se abordan en profundidad en este libro. Calificar a los tercios españoles como la mejor infantería del mundo no es algo baladí. Así lo pensaban los contemporáneos de todos los países. También decía el abad de Brantome cuando pasó a Lorena a ver pasar a los tercios viejos del duque de Alba en 1567 y a los viejos amigos de campañas pasadas que venían en ellos, que Alba «no quería servirse de otra infantería que la española. ¡Pero qué infantería! Una de las más excelentes que jamás se hayan puesto en campaña!».

Hugo A. Cañete ha seleccionado diferentes vicisitudes de las operaciones militares a las que tuvieron que enfrentarse los ejércitos de la Monarquía Hispánica y ha investigado un suceso concreto de cada una de ellas. Así, nos encontramos con: una resistencia a ultranza – el fuerte de San Telmo en el Sitio de Malta de 1565; una ruta logística – el camino español de 1567; una campaña militar- la del duque de Alba en Flandes en 1568; una batalla naval – Lepanto; una situación límite – el Milagro de Empel y una pequeña recopilación de acciones que podrían encuadrarse en el apartado de operaciones especiales.

El autor ha hecho una profusa utilización de fuentes de la época, tanto memorias de testigos presenciales como crónicas, documentación de la cancillería real y la correspondencia mantenida entre los principales protagonistas. Para una mejor comprensión de los hechos y seguimiento de las operaciones, se incluye una amplia selección de grabados, mapas y croquis de los principales acontecimientos.

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