Batalla de carros de Sidi Rezegh. BLINDADOS EN EL DESIERTO. Robert Forczyk

Los bersaglieri y los panzer arrollaron las posiciones de parte de la infantería neozelandesa de la 6.ª Brigada hacia las 10.30 horas, pero entonces intervino el Escuadrón B del 8.º RTR. Para el teniente Stuart Hamilton, jefe de compañía del Escuadrón B, la acción carro contra carro que se libró a las 11.00 horas fue su bautismo de fuego:

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Segundo aniversario del comienzo de la guerra de Ucrania. OPERACIÓN MILITAR ESPECIAL

«Es extraordinariamente difícil predecir las condiciones de una guerra, porque cada guerra es un caso único, que exige aplicar una lógica particular y no un patrón o modelo fijo» (general Valeri Gerásimov, Jefe de Estado Mayor General de la Federación Rusa). La guerra de Ucrania no es un patrón ni un modelo fijo, es una guerra. El verdadero problema de los humanos es que tenemos emociones del paleolítico, instituciones de la Edad Media y tecnologías propias de dioses. Y esto es muy peligroso. La mañana del 24 febrero de 2022, todos los medios de comunicación de Europa compartieron titular y, sin duda alguna, convirtieron al presidente Putin en «la bestia parda» del 2022. En aquel no tan lejano mes de febrero, Rusia invade Ucrania mediante una operación militar que para la mayoría de los europeos era impensable.

La gente decía ¡esto no puede pasar en la Europa del siglo XXI! Francamente, la frase sonaba pelín manida, pero era cierto, lo que supone la primera invasión de este tipo en Europa desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Después de invadir de forma anónima (soldados sin uniforme llamados por los medios hombres verdes) la península de Crimea, que hasta entonces formaba parte de Ucrania, Rusia invade Ucrania mediante una operación militar rápida con la intención de vencer sin tener que recurrir a la guerra convencional, algo desagradable, exigente, tedioso y caro.

OPERACIÓN MILITAR ESPECIAL

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El general von Manstein. LA WEHRMACHT SE RETIRA

El Generalfeldmarsahll Erich von Manstein fue ciertamente un genio, un hecho que él siempre estuvo dispuesto a recalcar. Pasó gran parte de la guerra haciendo justamente eso y en las memorias que escribió con posterioridad, su genialidad, junto con los juicios denigratorios sobre todos y cada uno de los demás oficiales del ejército, fue el tema principal. Su personalidad podía llegar a ser áspera y su lengua afilada. Uno de sus oficiales de operaciones, el Oberst Theodor Busse, mirando atrás, recordaría el momento en que se encontró con él: «Durante las primeras semanas no podía verlo ni en pintura; nunca abandoné su presencia sin sentirme dolido».

Sin embargo, hay algo de verdad en el viejo dicho que indica que si puedes demostrarlo no es fanfarronería y Manstein podía. Entendía bien tanto las operaciones móviles modernas como el modo tradicional alemán de hacer la guerra en el que tenía que planificarlas y ejecutarlas. Podía asimilar una situación muy compleja con solo echarle un vistazo al mapa y una vez que había tomado una decisión, la ejecutaba despiadada y resueltamente.

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Franz Stigler se acerca al B-17 de Brown por detrás. MÁS ALLÁ DEL DEBER

Algo va mal, pensó Franz cuando vio que las ametralladoras de cola apuntaban inertes hacia tierra. Sus ojos se fijaron en el estabilizador izquierdo del bombardero. Descubrió que se lo habían volado. «Dios mío», musitó. «¿Cómo es posible que sigas volando?». Cuando las alas del bombardero llenaron todo el parabrisas de su carlinga, Franz sabía que era el momento de disparar. Su dedo se apoyó en el gatillo, listo para apretarlo. Pero las ametralladoras de cola seguían apuntando en silencio hacia abajo.

Desde unos cien metros de distancia, Franz vio el puesto del ametrallador de cola y descubrió por qué las ametralladoras de casi ciento veintidós centímetros de largo nunca llegaron a levantarse. Fragmentos de metralla habían arrasado el compartimiento. Faltaba el plexiglás. Retrayendo de nuevo la palanca de gases para ajustarse a la velocidad del bombardero, Franz se puso detrás de su cola. Vio orificios del tamaño de un puño en un lateral de la posición del ametrallador de cola, por donde habían entrado proyectiles de 20 mm. Al otro lado vio el lugar donde habían estallado, desgarrando la superficie exterior del fuselaje. Fue entonces cuando Franz vio al ametrallador de cola. Con la tela desgarrada del timón flameando silenciosamente sobre su cabeza, Franz vio el cuello de piel de borrego del ametrallador teñido de rojo por la sangre. Acercándose más al bombardero, a una distancia aproximada de la longitud de un avión, Franz vio la sangre del ametrallador congelada en carámbanos que colgaban de los cañones de las ametralladoras, por donde había chorreado. Franz levantó el dedo del gatillo.

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Michael Wittmann ataca una formación de T-34 con un Stug III. AS DE TIGRES

El StuG III continuó avanzando hasta la siguiente cresta de la ladera izquierda de la colina, donde tenía una línea de visión despejada de los blindados enemigos. Wittmann vio como uno de los carros soviéticos se dirigía hacia ellos a solo 400 metros de distancia después de coronar la cresta de una colina cercana. Ya le hubiese gustado detectar a los carros enemigos en el momento de coronar las crestas, pues eso le habría permitido colocar un certero proyectil de 75 mm directamente en sus panzas, la parte menos blindada de los T-34. Con un poderoso rugido del motor, Koldenhöff adelantó el StuG III según las instrucciones de Wittmann hasta que su tirador tuvo visión sobre la cresta de la colina. Tan pronto como se detuviese el cañón de asalto, Klinck solo tendría que hacer unos rápidos ajustes finales en las miras ópticas del cañón y destruir al T-34 enemigo. El StuG III cubrió muy rápido los últimos metros hasta su nueva posición y, mientras Wittmann ordenaba a Koldenhöff detener el vehículo, su tirador ya había fijado el blanco.

«¡Fuego!», gritó Wittmann. El cañón de 75 mm produjo un fuerte chasquido y un gran estrépito. El proyectil perforante buscó su blanco y logró penetrar entre el anillo de la torreta y la parte superior de la superestructura incendiándolo. En cuestión de segundos, la munición que llevaba a bordo se prendió y el carro estalló, volando en pedazos desgarrado por los ribetes de las soldaduras. Como se esperaba, los otros carros soviéticos se detuvieron en seco al no esperar la presencia de un cañón de asalto alemán. Wittmann no perdió un segundo en buscar un segundo blanco.

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