Guderian confiesa estar a punto de ganar la guerra en el Este. Los generales panzer de Hitler al descubierto

A diferencia de las serias dudas sobre la Operación Barbarroja que afirmaba haber tenido Guderian en sus memorias, su última carta a Margarete antes de la invasión, escrita el 16 de junio, solo expresaba un «temor general a la plaga de mosquitos» en el Este, pero, por lo demás, continuaba: «No obstante, aparte de eso, hay buen ambiente en todas partes, colmado de esperanza, y creo que lo lograremos».

Las primeras semanas de la campaña solo parecían confirmar el optimismo de Guderian, como informó a Margarete el 29 de junio: «nuestra empresa ha estado a la altura de las grandes expectativas. […] los primeros enfrentamientos fueron tan exitosos y nuestra superioridad tan evidente que el enemigo muestra desde ayer signos de agotamiento y abatimiento moral». Dos días más tarde, Guderian se mostraba aún más inequívoco: «nos acercamos a la última sección importante del frente [soviético]. Si logramos atravesarla, entonces la ruta hacia el interior del imperio habrá quedado expedita y la campaña no podrá perderse, en mi opinión». El 12 de julio, Guderian creía que el fin de la resistencia soviética estaba cerca. Tras tomar puntos de cruce sobre el río Dniéper, que Guderian consideraba la última línea de defensa, el Segundo Grupo Panzer se enfrentó a los restos del Ejército Rojo.

«Espero derrotarlos en los próximos días», dijo a Margarete, «y lograr, con ello, un éxito que decidirá la campaña a nuestro favor».

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Ataque submarino. Teddy Suhren. As de ases

Vati Schultze echó un vistazo y bajó el periscopio. A continuación, volvió a subirlo, pisó el pedal derecho y éste giró automáticamente 360 grados. Schultze se encontraba en la torre de mando, en el interior de la vela, yo estaba debajo de él, en la sala de control, asegurándome de que sus órdenes se cumpliesen correctamente. Se abrieron las compuertas delanteras de los tubos lanzatorpedos. Sin levantar la voz, el comandante habló con su primer oficial, que estaba a cargo del ordenador de torpedos, dispositivo con el que se calculaba la solución de tiro. Este aparato transmitía el ángulo del rumbo a través de los tubos a los calibradores de los torpedos; se trataba de giroscopios neumáticos que se ponían en marcha al disparar el torpedo y lo dirigían en la dirección deseada. En el interior del submarino no se oía una mosca. Sólo los motores eléctricos que nos impulsaban bajo el agua emitían un levísimo zumbido. Avanzamos lentamente. La tensión se respiraba en el ambiente. Las órdenes a los motores y al timón eran cada vez más frecuentes. Asomé la cabeza por la escotilla. «¿Todo bien, Kaleu?».

Vati asintió. «Estamos bastante a babor; en cinco minutos estaré listo para disparar».

«¿Mucha escolta?», le pregunté.

Vati asintió. «¡Suficiente, vamos allá!». El comandante levantó de nuevo el periscopio y echó un vistazo. «Tubos del uno al cuatro, ¡preparados! Tubo uno, ¡fuego! Tubo dos, ¡fuego! Tres: ¡Fuego! Cuatro: ¡Fuego!».

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Primeras reglas de enfrentamiento de la guerra submarina. Teddy Suhren. As de Ases

Estos pocos U-Boote, que ahora navegaban a toda máquina, tenían que rodear toda Inglaterra para tomar posiciones en la salida occidental del Canal de la Mancha. Uno de ellos era nuestro U-48. Como ya he mencionado, el comandante era Herbert Schultze. Su apodo –Vati, o «Papá»- lo dice todo. Estas primeras patrullas de guerra nuestras fueron particularmente interesantes, ya que debíamos proceder sobre la base de que estábamos obligados a librar la guerra en el mar de acuerdo con las normas vigentes de presas marítimas [Prisenordnung].

Estas reglas se habían establecido conjuntamente con Inglaterra. El almirante británico Sir John Fisher había declarado en la primera Convención de La Haya (1899) sobre guerra naval, en referencia a la conducción de los encuentros marítimos: «Como representante de Su Majestad Británica me adheriré a todas las prohibiciones que firmen las partes; pero como Primer Lord del Mar de la Flota Británica, en caso de guerra intentaré conseguir la victoria por cualquier medio que esté a mi alcance». Y ya en la Primera Guerra Mundial había quedado patente que a largo plazo era imposible librar una guerra submarina según la Normativa de Presas Marítimas. En vista de los modernos medios de comunicación y defensa, difícilmente podía salirse a la superficie y revisar tranquilamente cada barco en busca de carga prohibida. Sin embargo, lo intentamos de todos modos e hicimos lo que pudimos.

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Teddy Suhren como inspiración de Das Boot. Teddy Suhren. As de ases

Reinhard Johann Heinz Paul Anton «Teddy» Suhren (1916-1984) fue uno de los comandantes de submarinos alemanes más condecorados de la Segunda Guerra Mundial. Ingresó en la Kriegsmarine en 1935 e inició su carrera en el arma submarina en marzo de 1938. Pasó un año como primer oficial de guardia en el U-48, donde recibió la Cruz de Caballero por su contribución al hundimiento de 200.000 toneladas de registro bruto (TRB) de buques mercantes. En abril de 1941 asumió el mando del U-564. Ya como comandante, se le atribuye el hundimiento de 18 buques mercantes, con un total de 95.544 TRB, un buque de guerra de 910 toneladas y el haber provocado daños a cuatro buques mercantes con un desplazamiento total de 28.907 TRB, acciones por las cuales fue condecorado con la Cruz de Caballero con Hojas de Roble y Espadas.

A partir de 1942 fue destinado a tareas de instrucción y entrenamiento, sirviendo en la 27.ª Flotilla de Submarinos junto a Erich Topp. Durante el último año de la guerra, Suhren fue nombrado jefe de la Fuerza de Submarinos (Noruega), donde le sorprendió el fin de la contienda. Después de la guerra, trabajó en la industria petrolera. Falleció el 25 de agosto de 1984.

Sus álbumes de fotografías tomadas durante las patrullas, en especial en el U-564, inspiraron muchas escenas de la película Das Boot, como la despedida del submarino para la patrulla o los oficiales sentados en torno a la mesa con camisas estampadas.

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Dick Winters en Día D. Más allá de Hermanos de Sangre

En mi avión, Sammons aceleró para evitar el fuego enemigo mientras yo seguía asomado a la puerta, escrutando la tierra que había debajo. Era la primera vez que estaba bajo el fuego y mi cuerpo bombeaba adrenalina. Cuando estuvimos más cerca pude ver que los pilotos experimentaban alguna dificultad para mantener la formación. Al principio, los alemanes tiraban muy por delante sin darse cuenta de que volábamos a unos 200 kilómetros por hora, pero no tardaron mucho tiempo en empezar a corregir el tiro. El fuego antiaéreo ya no tenía nada de bonito, ahora comenzaba a explotar cada vez más cerca de nuestro avión —y el sonido de los estallidos se fue incrementando hasta que nos alcanzaron en la cola del avión. Mirando al panel de las luces esperé a que Sammons encendiera la luz verde.

Grité, «¡vamos!», en el mismo momento en que otra explosión, de un proyectil de 20 mm, alcanzó nuestro aparato. En cuestión de segundos estuve fuera gritando «¡Bill Lee!» con todas mis fuerzas. El impacto inicial de viajar a casi 240 kilómetros por hora arrancó mi bolsa de pierna y prácticamente todos los elementos del equipo que llevaba encima. Justo detrás de mí iba el soldado de primera Burt Christenson, que llevaba una de las ametralladoras de la compañía. A continuación de Christenson iban el soldado «Jeeter» Leonard, el soldado Joe Hogan, el servidor de ametralladora soldado de primera Woodrow Robbins, el soldado de primera William Howell, y los soldados Carl Sawsko, Richard Bray y Robert von Klinkin. La suerte juega un papel decisivo en la vida, si tenemos en consideración que a causa del exceso de peso el T/4 Robert B. Smith y el soldado «Red» Hogan fueron trasferidos en el último momento desde el sobrecargado avión n.o 66 a saltar conmigo en el n.o 67, salvándose así del derribo.

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