La moral en la guerra. Bosque de Hürtgen. La Guerra Moderna

El mercenario griego Jenofonte señaló la importancia de la moral a la hora de decidir una batalla al escribir en el siglo IV a.C.: «Ni el número ni la fuerza dan la victoria en la guerra, solo la obtiene el ejército que va a la batalla con más fortaleza del alma. Sus enemigos generalmente no podrán resistírsele». En el mismo sentido, la máxima de Napoleón, «la moral constituye las tres cuartas partes del juego; el equilibrio de fuerzas solo representa la cuarta parte restante», sigue siendo un axioma en la formación del liderazgo militar. A lo largo de la historia, los mandos más perspicaces han reconocido que una moral alta es un requisito previo para la victoria.

Por el contrario, una moral baja contribuye al fracaso de las operaciones militares. Los soldados que tienen baja la moral carecen de motivación, son más susceptibles al miedo y a entrar en pánico, y pueden convertirse en bajas por motivos psicológicos. Cuando existe un problema grave y generalizado de baja moral dentro de una organización militar, la derrota es probable. Ese fue el caso de la 28.ª División de Infantería cuando se enfrentó a la decidida resistencia alemana en el bosque de Hürtgen en noviembre de 1944.

La moral de los hombres de la 28.ª División cayó en picado desde el momento en que entraron en el frondoso bosque de abetos, que mostraba las cicatrices de la guerra: los restos de la terrible contienda librada por la 9.ª División estaban por todas partes en forma de cascos abandonados, máscaras antigás, casacas empapadas de sangre y minas dispersas. Había cráteres de obús llenos de agua por todas partes. Peor aún, los cadáveres de soldados alemanes y norteamericanos, enredados, semihundidos en los lodazales salpicaban este grotesco y tétrico paisaje.

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El hundimiento del HMS Perseus. El Mediterráneo en la Segunda Guerra Mundial

El HMS Perseus chocó con una mina en la noche del 6 de diciembre de 1941. Mientras leía y bebía ron en su improvisada litera, el maquinista John Capes sintió un fuerte estremecimiento seguido de una inclinación hacia proa tan rápida y violenta que lo tiró, haciéndolo rodar hacia proa junto a más tripulantes, herramientas y otros objetos.

Con las hélices y los timones de popa completamente fuera del agua como la cola de una ballena, el Perseus se fue a pique entre una cacofonía de crujidos metálicos y gritos de 61 tripulantes. Pocos minutos después del violento choque contra el fondo, Capes, tanteando en la más completa oscuridad, encendió una linterna e inspeccionó el cuarto de torpedos de popa y el recinto siguiente, el cuarto de máquinas. Solo tres de los muchos cuerpos inermes que revisó respondieron a sus sacudidas. Después de palpar y golpear el mamparo que los separaba del resto del submarino Capes comprendió que el centro y la proa del navío estaban inundados, hecho confirmado por un hilo de agua que brotaba por el sello de goma de la compuerta. Tras llevar a los tres supervivientes al cuarto de torpedos de popa, cerró la compuerta que comunicaba con la sala de máquinas y les dio a beber de su botella, para inyectarles algo de ánimo. Con sus colegas un poco más repuestos Capes buscó cuatro equipos Davies y los distribuyó.

El submarino se encontraba a 50 metros. Capes y sus tres camaradas solo tenían dos opciones: morir en el submarino o jugarse lo poco que les quedaba de vida intentando ganar la superficie.

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Medios acorazados en la guerra urbana (Hué). Calle a calle. La guerra urbana y las ciudades como elemento decisivo

Los marines disponían de otras armas. Emplearon carros de combate para apoyar su avance, pero se dieron cuenta de que eran poco manejables en espacios reducidos y recibían fuego contracarro casi cada vez que avanzaban. Los marines estaban mucho más entusiasmados con el Ontos, con sus 6 cañones sin retroceso de 106 mm, que se emplearon con gran eficacia en labores de fuego directo para suprimir posiciones enemigas y abrir orificios en los edificios para que los marines pudiesen continuar el avance.31 A pesar de su preferencia por el cañón sin retroceso de 106 mm, los marines emplearon todas las armas a su disposición para desalojar a las tropas del PAVN y del Viet Cong.

Los avances fueron lentos, metódicos y costosos. El 5 de febrero, los marines de la Compañía H, del 2.º Batallón del 5.º Regimiento, del capitán Christmas tomaron el edificio de la sede administrativa de la provincia de Thua Thien en unos combates especialmente sangrientos. Empleando dos carros de combate y cañones sin retroceso de 106 mm montados en mulas mecánicas (un vehículo autopropulsado de plataforma plana del tamaño de un jeep), los marines avanzaron en medio de un intenso fuego de armas automáticas, cohetes y morteros. Respondiendo al fuego enemigo con sus propios morteros y gas CS, los marines arrollaron finalmente a los defensores a media tarde.

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Primeros momentos de Market Garden. Nunca nieva en septiembre. Robert Kershaw

Durante la primera hora o dos, los mandos alemanes no podían siquiera empezar a estimar el tamaño y alcance de la operación aliada. El Hauptsturmführer Hans Möller, que conducía a velocidad frenética a su cuartel general divisionario, trató de organizar sus pensamientos. «¿Qué nos depararía el futuro? ¿Qué estaba pasando?».

Eran las 14:00 horas. Un total de 331 aviones británicos con 319 planeadores y 1150 aviones americanos que remolcaban 106 planeadores habían tendido una «alfombra» aerotransportada, concentrada en tres zonas entre Eindhoven y Arnhem. En el transcurso de una hora y 20 minutos aproximadamente 20 000 paracaidistas y soldados de infantería transportados en planeadores aterrizaron en buen orden muy por detrás de las líneas alemanas. Los soldados alemanes en el frente contemplaron con ansiedad estas enormes formaciones aéreas que pasaban atronadoramente hacia su retaguardia pues no querían verse aislados.

Un planeador Waco de la primera oleada fue abatido cerca del cuartel general de Student en Vught. Al rebuscar entre los restos, un Feldwebel encontró una cantidad de documentos de tal importancia que en cuestión de horas estaban en el escritorio del general. Los papeles eran un conjunto de órdenes para Market, el plan aéreo. Se pudo juntar suficiente material para que el estado mayor del LXXXVIII Cuerpo le aconsejara a su comandante aquella misma noche que: “A la 101a División Aerotransportada americana se le ha encargado tomar los puntos de cruce sobre los cursos de agua; en Son-St. Oedenrode y Veghel y sostenerse en ellos hasta que las fuerzas terrestres británicas los releven”.

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Panzer Meyer a las puertas de Crimea. Granaderos. Kurt Meyer

Permanecí en el estribo de mi vehículo blindado. Mi coche seguía al grueso del batallón. Mi reloj mostraba las 06:05 horas cuando la sección de Westphal marchó lentamente hacia las casas de Preobrazhenka. Un enorme rebaño de ovejas bloqueaba la entrada a la población; comenzó a desplazarse hacia la estepa. Un estruendo rompió el silencio. Algunas ovejas salieron volando por los aires. Los animales corrieron alocadamente por sus vidas, subiéndose unas encima de otras para escapar y acabando igualmente por los aires. Al volverse, las ovejas se habían metido en un campo de minas. Los balidos de los atormentados animales retumbaban en el aire, mezclándose con el ruido sordo que producía el estallido de las minas. En cuclillas, listos para avanzar y temblando de la excitación, aguardamos al destello parpadeante de las armas soviéticas. Todavía no se había disparado un tiro; solo las minas estaban completando su mortífero cometido. Todo lo que quedaba del gran rebaño de ovejas era un montón de cuerpos ensangrentados con espasmos y un par de animales intentado salir trabajosamente de allí.

¡Entonces ocurrió! Los proyectiles silbaron sobre nuestras cabezas y estallaron entre el grupo de marcha de Stiefvater. Iban dirigidos contra la retaguardia. Corrí queriendo alcanzar el primer edificio y echar un vistazo en dirección a Perekop. Tras dar unos cuantos botes me metí en una nube de polvo entre un diluvio de estallidos de granadas. Un monstruo tenebroso había asomado levemente sobre la rasante y nos estaba disparando. Justo unos pocos cientos de metros delante de nosotros había un dragón vomitando fuego, sembrando la muerte y la destrucción en nuestras filas. Un tren blindado, erizado de armas, había tomado posiciones interponiéndose en la trayectoria del batallón

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