Franz Stigler y Adolf Galland comentan algunos problemas del Me 262

Franz Stigler tenía sus impresiones personales sobre los peligros de tratar de irse al aire con el Me 262 estando sometidos a un ataque aéreo:

«Cuando sonaba la sirena de alarma, el corazón se te salía por la boca. Sabías que en un despegue en frío la operación de calentar motores hasta la temperatura operativa era un proceso que llevaría entre cuatro y cinco minutos antes de poder despegar. Eso es una eternidad cuando tienes que preocuparte de que un caza enemigo en pasada rasante no acabe contigo en la pista de rodadura o durante la maniobra de despegue. O en el aterrizaje. Reza también para que con la tensión del momento no entres en pérdida o sobrecalientes los motores».

También Galland tenía algo que decir al respecto: «La vulnerabilidad de los reactores, en especial durante el despegue y el aterrizaje, era causada por el tiempo relativamente largo que se necesitaba para retraer o extender el tren de aterrizaje, además de por la baja aceleración del aparato con los flaps extendidos y el tren bajado. Por tanto, debíamos tener cazas de pistón, en su mayor parte los narigudos FW 190D, en nuestras bases de reactores para que protegiesen los despegues y los aterrizajes después de que los aliados descubriesen el punto más débil del Me 262».

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La última misión del 82.º Escuadrón de la RAF – Dogfight

La formación estaba compuesta de dos secciones de seis bombarderos cada una. Cada avión transportaba cuatro bombas de 113 kilos. Durante el trayecto debían reunirse con un escuadrón de cazas Hurricane que los escoltarían hasta el objetivo, pero debido a un error de planificación no se presentaron.

Los aviones británicos se aproximaron a su objetivo a 2.700 metros de altura en lo que se presentaba como una mañana despejada de primavera cuando se vieron rodeados de repente de explosiones de proyectiles antiaéreos. La formación se separó y los aviones comenzaron a dar bandazos para dificultar el fuego de la antiaérea. Uno de los bombarderos resultó derribado en este primer encuentro.

Antes de que los bombarderos tuvieran tiempo de recomponer su formación cerrada se vieron sometidos al ataque de unos 15 cazas Me-109 de la Jagdgeschwader 3, que lanzándose en picado con el sol a la espalda abrieron fuego con cañones y ametralladoras. Los ametralladores de los Blenheim respondieron con prolongadas ráfagas para intentar repeler a los cazas, pero el ligero armamento defensivo de los bombarderos no era rival para los cazas alemanes.

Delap recordaría más tarde: Algunos de los bombarderos se lanzaron en picado, otros volaron en diagonal intentado acciones evasivas. Mi propio avión quedó con las alas agujereadas y el motor de babor se incendió. Lo único que me salvó fue la plancha de blindaje del respaldo de mi asiento. Entonces un proyectil estalló en el interior de la cabina, provocando un incencio que causó tanto humo que ya no podía ver el panel de instrumentos.

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El sargento Bourgogne entra en Moscú con la Guardia Imperial

El emperador ya estaba allí con su estado mayor. Nos detuvimos y vimos a nuestra izquierda un inmenso cementerio. Tras esperar un momento, salió de Moscú el mariscal Duroc, que acababa de entrar, y dirigiéndose al emperador le presentó a varios habitantes que sabían hablar francés.

El emperador los interrogó; entonces el mariscal le dijo a su majestad que en el Kremlin había un gran número de personas armadas, de las que la mayoría eran criminales liberados de las prisiones; habían estado disparando contra la caballería de Murat, que formaba la vanguardia. A pesar de darles varias órdenes persistieron en mantener sus puertas cerradas.

«Estos desgraciados», dijo el mariscal, «están todos borrachos y no atienden a razones».

«Abre las puertas a cañonazos», replicó el emperador, «y expulsa a todo aquel que encuentres tras ellas».

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La incursión a la Isla de Fanning – I Guerra Mundial en el Pacífico

Una de las curiosidades menos conocidas de la Primera Guerra Mundial fue una serie de acciones bélicas conocidas como la «guerra de los cables»

Este tipo de ataques que se desarrollaron mediante bombardeos desde buques a larga distancia o sabotajes de grupos de hombres armados, consistió en neutralizar las estaciones radios o cables submarinos del oponente para cortar de raíz las comunicaciones del enemigo con sus colonias, los países neutrales o territorios más o menos alejados de la metrópoli. De hecho, uno de los ejemplos más famosos de la «guerra de los cables» tuvo lugar en el Frente de Asia-Pacífico a inicios del conflicto contra la estación radiocablegráfica de la Isla de Fanning.

Fanning era un territorio del Imperio Británico desde su anexión en 1788. Perteneciente al Atolón de Tabuaeran en las Islas de la Línea, este paraíso tropical constituía un lugar estratégico clave por su ubicación justo en el centro del Océano del Pacífico. Precisamente Fanning era famosa por actuar de puente entre el comercio de Asia con Sudamérica, en especial entre China y Chile a lo largo de más de 5.500 millas náuticas, lo que convertía al enclave en un dominio muy apreciado por el Reino Unido.

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La expedición de L’Hermite a Perú – El ataque a El Callao (1624)

El día ocho se aproximaron los holandeses, rompiendo el fuego los nueve buques, mientras seiscientos hombres embarcaban en lanchas de desembarco, seguidos de una segunda oleada de otros tantos. El desembarco se produjo en Chuquitanta, a dos leguas de El Callao, para hacer una intentona por tierra, preferible a afrontar las fortificaciones del puerto.

Pero L’Hermite tomó las patrullas a caballo de los españoles por una poderosa fuerza y no se decidió a seguir, ordenando el reembarque. La treta de los españoles había funcionado perfectamente: muchos de los »temibles» jinetes que tanta prudencia provocaron, eran simples civiles a lomos de mulas, sumariamente armados, pero que a distancia parecían aguerridos escuadrones.

Vueltos los holandeses a la isla de San Lorenzo, y ante el puerto de El Callao, atacaron con sus lanchas y galeotas (traidas desarmadas a bordo de los buques mayores), intentanto quemar al inútil «Loreto» y otras embarcaciones allí fondeadas, trabándose escaramuza nocturna con las españolas en la noche del 11 de mayo, sin resultados de mención, salvo algunas bajas por ambas partes y hacer prisionero a un condestable holandés.

El virrey convocó junta, en la que se decidió, en vista de los escasos elementos de defensa, improvisarlos: así se construyeron en apenas veinte días 12 cañoneras o pequeñas galeotas, tres de a tres cañones, las «Magdalena», «Santiago» y «San Cristóbal», otras siete de a dos piezas: «San Juan», «Santa Juana», «Santiago el Mayor», «Trinidad», «Rosario», «Loreto» y «San Ignacio», y tres más de solo una: «Jesús María», «San Pedro» y «Buen Viaje».

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