Winters y la Compañía Easy en Berchtesgaden. Más allá de Hermanos de Sangre

En años recientes se ha cernido la controversia sobre qué unidad capturó Berchtesgaden. ¿Fue la 2.ª División Acorazada francesa, los «Algodoneros» del 7.º Regimiento de Infantería de la 3.ª División de Infantería o los paracaidistas del 506.º PIR de Sink? Ciertamente, la 3.ª División de Infantería del mayor general John W. «Iron Mike» O’Daniel tomó la vecina Salzburgo sin oposición y puede que algunos de sus elementos de vanguardia hubieran entrado en Berchtesgaden antes de que llegáramos nosotros en gran número, pero dejemos que hablen los hechos por sí mismos.

Si la 3.ª División fue la primera en llegar a Berchtesgaden, ¿adonde fueron? Berchtesgaden es una comunidad relativamente pequeña. Cuando entré en el Berchtesgaden Hof con el teniente Welsh, ninguno de nosotros vio a nadie más salvo al personal del hotel. El club de oficiales de Goering y su bodega hubieran llamado sin duda la atención de un francés de la 2.ª División Acorazada de LeClerc o a un fusilero de la 3.ª División. Pienso que es inconcebible imaginar que de haber sido la 3.ª División la primera, hubieran dejado allí aquellos bonitos coches Mercedes intactos para nuestros hombres.

Las historias de los regimientos o las divisiones proporcionan versiones contradictorias. En Rendezvous with Destiny, la historia oficial de la 101.ª División Aerotransportada, el 506.º PIR había llegado tarde, pero os puedo asegurar que hay miembros del 2.º Batallón que tienen diversos recuerdos y fotografías para probar que no lo hicimos tan mal a la hora de tener nuestra parte del botín en Berchtesgaden durante los últimos días de la guerra en Europa.

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La primera oleada despega del Akagi con dirección a Midway

«¡Aviadores, reunión!», a la que siguió una apresurada carrera de pilotos hacia la sala de reuniones, situada bajo el puente. Demasiado cansado para seguirles, me quedé solo en el puesto de control de vuelo. Pronto estuvieron de vuelta en cubierta corriendo hacia los aviones. El oficial de operaciones aéreas regresó al puesto de control y empezó a gritar órdenes en rápida sucesión.

«¡Todos a sus puestos de lanzamiento!».
«¡Arranquen motores!».
«Capitán, ponga proa al viento e incremente velocidad hasta una relativa de 14 metros». Se arrancaron los motores y furiosas llamas blancas salieron a chorro de los tubos de escape. La cubierta de vuelo pronto se convirtió en un infierno de ruido ensordecedor. El teniente de navío Takehiko Chihaya, llegó corriendo a toda velocidad, se paró un instante a la altura del puesto de control de vuelo y me dijo adiós.

Le deseé suerte y lo contemplé como bajaba ágilmente por una escalera y saltaba a la cabina de su bombardero en picado líder, situado cerca de la base del puente. Las luces de sus alas se encendieron, indicando que estaba listo, y pronto brillaron en la oscuridad las luces azules y rojas de todos los aparatos.

«Todos los aviones preparados, señor», informó un ordenanza. De repente los focos iluminaron la cubierta de vuelo, transformando la noche en día. «Aviones listos para el despegue, señor», informó el oficial de operaciones aéreas al capitán del barco. El Akagi navegaba completamente proa al viento con la velocidad aumentada y el anemómetro indicó la velocidad del viento requerida. Del puente llegó la orden, «¡Inicien lanzamiento!». El oficial dibujó un gran círculo en el aire moviendo una lámpara verde de señales.

Un caza Zero, que iba en cabeza de la bandada de impacientes pájaros de guerra, aceleró el motor, ganó velocidad por la cubierta de vuelo y se elevó en el aire, acompañado de un estruendoso vitoreo por parte de la tripulación del Akagi. Gorras y manos se agitaron vigorosamente en el resplandor de las luces de cubierta.

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La batalla de carros de Bulson – El mito de la Blitzkrieg. La campaña de 1940 en el Oeste. Karl-Heinz Frieser

Guderian, quien tras conocer el informe del contraataque francés se había dirigido hacia el frente a toda prisa, tuvo entonces que comerse sus propias palabras. Siempre había exigido que los panzer fueran empleados solo en formaciones compactas (Klotzen, nicht kleckern! ¡Pon toda la carne en el asador!) pero ahora tuvo que confirmar la decisión del comandante divisionario de enviar los panzer hacia delante en kleckerweise (a cuentagotas) –en otras palabras, compañía a compañía– según fueron cruzado el puente militar.

En esta situación, nuevamente, «cada minuto contaba» y en consecuencia no se esperó hasta que hubiera cruzado el río Mosa un batallón panzer completo o incluso un regimiento.

Krajewski atacó hacia lo desconocido solo con su compañía progresando hasta Bulson, que fue evacuado por los franceses en cuanto aparecieron los panzer, sin tener en cuenta a las fuerzas enemigas que aún estaban posicionadas allí. En su informe describe la escena decisiva que tuvo lugar en la colina 322 en torno a las 08:45:

«Atravesamos Bulson, que había sido evacuado por el enemigo, conduciendo cautelosa y lentamente, circulando en fila india, nos acercamos a la colina [322] al suroeste de la localidad. En el momento en que los primeros panzer alcanzan la cima recibimos un fuego importante. Nuestros dos blindados de cabeza encajaron varios impactos directos de piezas contracarro y ardieron».

Krajewski tuvo el tiempo justo de enviar un mensaje radio a su regimiento antes de que su carro también fuera alcanzado y tuviera que abandonarlo a toda prisa. Al sur de la cresta el corredor de Bulson se estrechaba como un embudo; aquel fue el lugar donde los blindados alemanes se dieron de bruces con las dos compañías de carros de combate francesas. Además, ocultos por los linderos de los bosques que se extendían a la izquierda y a la derecha avanzaron también dos batallones franceses de infantería, apoyados por cañones contracarro, de modo que atraparon en una pinza a la compañía alemana que se había abalanzado de cabeza hacia delante.

La principal resistencia francesa, no obstante, vino de los bosques de Fond Dagot que cerraban ese cuello de botella como un corcho. Dicho punto defensivo, que el atardecer del día anterior aún acogía el Puesto de Mando de la 55e Division d´Infanterie, había sido fortificado con búnkeres y redes de trincheras y en ellos se habían parapetado algunos restos de dicha división que ahora estaban luchando con notable determinación. Fueron las dos secciones contracarro allí posicionadas las que al inicio de la batalla hicieron blanco en dos de los panzer alemanes, incendiándolos, mientras que averiaban un tercero que se quedó parado en medio del campo de batalla.

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Moscú 1941. La batalla por la capital soviética. David Stahel. Valoraciones de otros prestigiosos historiadores

La cuarta entrega de la monumental obra sobre Barbarroja de David Stahel, decidacada a la batalla de Moscú suscitó en su momento valoraciones de diversos historiadores de prestigio que compartimos con vosotros.

«Otro excelente estudio de David Stahel, cuya minuciosa evaluación de las fuentes alemanas lleva a un revelador análisis en su conjunto». Michael Jones

«Stahel ofrece una visión fresca y definitiva sobre uno de los grandes puntos de inflexión de la Segunda Guerra Mundial, ilustrando de nuevo por qué es uno de los mayores expertos mundiales en el ataque de Hitler a la Unión Soviética. Su narrativa es intensa, sus ideas provocadoras y su investigación exhaustiva. ¡Una obra magistral!» Craig W. H. Luther

«Stahel argumenta de modo convincente que la sobreextendida, agotada e incompetentemente dirigida Wehrmacht sufrió una derrota inevitable frente a Moscú. Un relato fresco y acertado que pone de manifiesto el delirio del alto mando alemán». Jeff Rutherford

«La batalla por Moscú fue, sin duda, uno de los puntos de inflexión de la Segunda Guerra Mundial. En este estudio, cuidadosamente estructurado y bien documentado, David Stahel explora las opciones alemanas en lo que se estaba convirtiendo claramente en una campaña imposible de ganar. Se trata de Historia Militar sólida que pone en tela de juicio lo que creíamos que ya sabíamos sobre la guerra en el Este». Richard Overy

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Juegos de guerra de la Operación de Midway – ¿Arrogancia o autoengaño?

Salvo el estado mayor del Cuartel General de la Flota Combinada, todos los que participaban en los juegos de guerra estaban fascinados ante un programa tan formidable, que parecía un sueño con mucha más imaginación que consideración por la realidad.

Más fascinante aún resultaba el modo en que se ejecutaba cada operación en los juegos, sin la menor dificultad, desde la invasión de Midway y las Aleutianas hasta el asalto a Johnston y Hawái. Ello se debía, en no poca medida, a la arbitraria conducción del contraalmirante Ugaki, presidente de los juegos, que intervenía con frecuencia para anular decisiones de los árbitros.

En las maniobras de tablero, por ejemplo, se desarrolló una situación en la que el grupo Nagumo se tuvo que enfrentar a un bombardeo por parte de aviones enemigos basados en tierra mientras sus propios aparatos bombardeaban Midway. De acuerdo con las reglas, el capitán de corbeta Okumiya, oficial de estado mayor de la 4.ª División de Portaaviones y árbitro en los juegos, lanzó el dado para determinar el resultado del bombardeo y resolvió que el enemigo había conseguido nueve impactos sobre los portaaviones japoneses.

El Akagi y el Kaga se anotaron como hundidos. Sin embargo, el almirante Ugaki redujo arbitrariamente el número de impactos enemigos a sólo tres, que aún fueron suficientes para hundir al Kaga, pero que sólo dejaba al Akagi ligeramente dañado. Para sorpresa de Okumiya, incluso esa resolución revisada fue subsiguientemente cancelada y el Kaga reapareció como participante en la siguiente fase de los juegos, cubriendo las invasiones de Nueva Caledonia y las islas Fiyi.

Los veredictos de los árbitros en relación a los resultados del combate aéreo se amañaron de forma similar, siempre a favor de las fuerzas japonesas.

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