El fin del Yortktown – Midway. La batalla que condenó a Japón

Los preparativos terminaron a las 12:45 horas y los 16 aviones se elevaron de la cubierta de vuelo rumbo al enemigo. Inmóvil cual estatua, el almirante Yamaguchi contempló el ordenado despegue, liderado por un hombre que sabía que no regresaría.

Todos los espectadores permanecían graves y en silencio, desgarrados por este cruel aspecto de la guerra que no dejaba margen a los sentimientos humanos. Uno tras otro, fueron despegando los aviones. Las manos se alzaron en silenciosa despedida y de todos los ojos brotaron lágrimas. A las 14:26 el grupo de ataque avistó un portaaviones enemigo con varias unidades de escolta a unas 10 millas de distancia y Tomonaga ordenó a sus pilotos cerrar la formación para el ataque.

Cazas de protección enemigos intentaron la intercepción pero en seguida les hicieron frente los Zero de escolta, mientras los torpederos se ponían en posición contra el portaaviones. A las 14:32 Tomonaga ordenó a sus aviones romper la formación de aproximación y separarse para realizar lanzamientos sobre el objetivo desde varias direcciones. Dos minutos más tarde ordenó el ataque. Lanzándose desde una altitud de 2.000 metros hasta unos cientos de metros del agua, los aviones fueron derechos al portaaviones norteamericano.

A las 14:45 un mensaje de radio informó de dos impactos de torpedo en el buque, que se identificó media hora después como de la clase Yorktown.

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El «terror a los carros» – KV-1 frente a Panzer III. Moscú 1941

Los carristas de la división panzer de Veiel, que solo llevaban seis semanas en el frente oriental, acabaron por descubrir el alarmante problema de alcanzar repetidamente a un T-34 soviético sin efecto alguno. Peor aun, la 5.ª División Panzer de Fehn, que era también una adición reciente al Grupo de Ejércitos Centro, informó del enfrentamiento entre un carro pesado KV-1 soviético y tres Panzer III y un cañón contracarro de 37 mm.

Moscú 1941

La suerte del KV-1 no quedó registrada, pero los tres carros alemanes resultaron destruidos. Como recordaba un carrista alemán en su diario el 20 de noviembre, tras acercarse a quemarropa en un combate contra un KV-1 dañado: «Le hicimos treinta disparos. Ninguno logró perforarlo. No había diez centímetros donde no hubiese un impacto directo. Nunca habíamos experimentado nada parecido».

Si las divisiones panzer estaban teniendo problemas con los nuevos modelos de carros soviéticos medios y pesados, el efecto sobre las divisiones de infantería, más pobremente equipadas, fue mucho peor.26 Blumentritt observó que estas formaciones «se sentían desvalidas e indefensas» y que se necesitaba urgentemente un nuevo cañón contracarro de al menos 75 mm de calibre. Sin embargo, como subrayaba Blumentritt, la ausencia de tal arma «marcó el comienzo de que lo acabaría llamándose el “terror a los carros”».

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El fin del Akagi – Midway. La Batalla que condenó a Japón. Fuchida y Okumiya

La visibilidad era buena. Sin embargo, las nubes se cerraban a unos 3.000 metros y, aunque había algunos claros, proporcionaban un buen lugar donde ocultarse a aparatos
enemigos que se acercaran.

A las 10:24 llegó por el tubo acústico la orden de iniciar el lanzamiento. El oficial de operaciones aéreas agitó una bandera blanca y el primer caza Zero ganó velocidad y abandonó zumbando la cubierta. Al instante, un vigía exclamó: «¡Bombarderos en picado!». Levanté la vista y divisé tres negros aviones enemigos que picaban contra nuestro barco.

Algunas de nuestras ametralladoras consiguieron dispararles algunas ráfagas frenéticas, pero era demasiado tarde. Las rechonchas siluetas de los bombarderos en picado «Dauntless» norteamericanos aumentaron rápidamente su tamaño y, de repente, varios objetos negros se separaron espeluznantemente de sus alas. ¡Bombas! ¡Venían directamente hacia mí! Me dejé caer intuitivamente sobre cubierta y me arrastré tras el mantelete de un puesto de mando.

Al terrorífico alarido de los bombarderos en picado siguió la devastadora explosión de un impacto directo. Hubo un fogonazo cegador y, a continuación, una segunda explosión aún más fuerte que la primera. Fui sacudido por una sobrecogedora onda de aire caliente. Aún hubo otra sacudida, pero menos fuerte; al parecer, una bomba que falló por poco. Entonces siguió una llamativa calma con el cese repentino de los aullidos de las armas. Me levanté y miré al cielo. Los aviones enemigos ya estaban fuera de la vista.

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El B-26 Marauder que sobrevoló la cubierta del Akagi. Midway – La derrota que condenó a Japón. Fuchida y Okumiya

Momentos más tarde se escuchó a un vigía de la parte superior del puente que gritaba: «Aproximándose seis aviones basados en tierra, 20 grados por estribor. Sobre el horizonte».

Escrutando el cielo a estribor vi, efectivamente, los aviones enemigos volando en fila de a uno. Parecía como si el enemigo hubiera planeado un ataque convergente desde ambos flancos cuya sincronización hubiese fallado, afortunadamente para nosotros. Nuestros cruceros abrieron fuego a continuación de los destructores de vanguardia. En ese momento, el acorazado Kirishima, a estribor del Akagi, descargó sus principales baterías contra los atacantes.

Pero seguían acercándose, volando a poca altura sobre el agua. Negras explosiones de fuego antiaéreo se multiplicaban a su alrededor, pero ninguno de los incursores caía. Cuando los cañones del Akagi comenzaron a disparar, tres Zero se arriesgaron al fuego de
nuestra propia barrera antiaérea y picaron sobre los aparatos norteamericanos. En unos instantes fueron incendiados tres aviones enemigos, que se estrellaron en el agua.

Los otros tres aparatos mantuvieron valientemente su curso y soltaron, finalmente, sus torpedos. Liberados de su carga, los aviones atacantes viraron abruptamente a la derecha y se alejaron, excepto el avión de cabeza, que pasó por encima del Akagi, de estribor a babor, casi rozando el puente. Se vio claramente la estrella blanca en el fuselaje del avión, un B-26. Inmediatamente después de cruzar nuestro barco estalló en llamas y se precipitó en el mar.

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La obligada pausa operacional de la Wehrmacht en noviembre. Moscú 1941 – David Stahel.

Los objetivos de la Wehrmacht nunca estuvieron condicionados a los requerimientos del jefe de intendencia, lo que causó sobreextensión en todas las grandes ofensivas de 1941. Como afirmó Hans Jürgen Hartmann a primeros de mes, noviembre no iba a ser diferente:

«Aunque nadie hable de ello, todos nosotros sentimos una pesada carga que nos oprime el alma cuando pensamos una y otra vez en el avance sobre Moscú. Sabemos por los boletines de la Wehrmacht donde están aproximadamente nuestras tropas y donde estará el Schwerpunkt [punto de máxima concentración de la fuerza]… En definitiva, cuando miro hacia el este y veo las grises e imponentes nubes de noviembre que se nos echan encima, empiezo a temer que hayamos quedado peligrosamente sobreextendidos».

Ilustrando aún más la cuestión estaba la observación de Helmut Günther de que su división (la 2.ª División de las SS Das Reich) no tenía a menudo más que unos pocos cartuchos de munición por fusil y una sola cinta de balas para la ametralladora.

De igual modo, el Regimiento de Infantería Grossdeutschland, de élite, informó de que no podía almacenar la más mínima cantidad de provisiones para una operación futura, ya que todo le era necesario para mantener la operatividad sobre el terreno. Generalmente, las SS y los grupos panzer eran las formaciones mejor aprovisionadas del Ostheer, pero para noviembre hasta éstas padecían una enorme escasez

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