Llevé a mi compañía hasta el pueblo siguiendo la ruta que acabábamos de examinar. Nos detuvimos y discutí la operación con mis jefes de sección y de carro. Todo lo que dije aquel día ha permanecido en mi memoria hasta hoy: «Estamos completamente solos. Además, la situación no está clara en absoluto. Sería demasiado peligroso atacar el pueblo en un frente amplio.

Tenemos que atravesarlo, a ser posible, sin bajas. Detrás del pueblo hay un batallón de cañones de asalto que ha sufrido ya duras pérdidas. ¡No nos debe ocurrir eso a nosotros! Lo haremos así: Dos carros marcharán sobre el pueblo a toda velocidad y sorprenderán a Iván. No debemos permitr que disparen un solo tiro. El Leutnant Nienstedt conducirá a los seis blindados restantes. ¡HerrNienstedt! Ud. permanecerá en el otro lado de la colina hasta nueva orden. ¡Es vital que el santo patrón de las radios no se duerma! HerrNienstedt, esta es su primera operación con nosotros. Recuerde una cosa por encima de todo: todo irá bien si sabe esperar. Kerscher y yo iremos los primeros. Todo lo demás debería ser obvio. Las decisiones subsiguientes se tomarán en función de los contecimientos».

El Tiger 213, uno de los de Carius
Esa
fue nuestra breve reunión de órdenes; no hacía falta más. Llevé junto a
mí a mi «compañero de fatigas» y hablamos de lo importante, pues todo
el éxito dependía de que irrumpiéramos en el pueblo o, mejor dicho, de
hacerlo por sorpresa. «Yo iré delante y los dos carros rodaremos hasta
el centro del pueblo tan rápido como podamos. Allí nos reorientaremos
rápidamente, tú apuntando hacia retaguardia y yo hacia el frente. Así
daremos cuenta de todo lo que se ponga en nuestro camino. Estimo que hay
al menos una compañía en el pueblo, a no ser que el resto del batallón
ruso les haya alcanzado mientras tanto».
Le di una palmada en el hombro a Kerscher y, tras un breve «¡vamos!» nos sentamos en nuestros carros, comprobamos rápidamente las radios y arrancamos los motores. En un santiamén estábamos más allá de la elevación y en la línea de visión de los rusos. Mi conductor, el extraordinario Baresch, sacaba todo el rendimiento que podía de nuestro «trineo». Cada uno de nosotros sabía que en aquel momento lo único decisivo era la velocidad. Ninguno de los dos carros rusos que cubrían nuestro lado reaccionó: no hubo un solo tiro. Los rebasé y avancé hasta el centro de la aldea. Es difícil contar lo que ocurrió a continuación debido a la rapidez de relámpago con que se encadenaron los hechos. Kerscher, que había llegado al pueblo a unos 150 metros detrás de mí, notó que las torretas de los dos carros rusos se estaban moviendo. Se detuvo de inmediato y los dejó fuera de combate a los dos. Al mismo tiempo yo comencé a limpiar el otro extremo del pueblo.

Después de que Kerscher se reuniera conmigo, me llamó por la radio, indicándome hacia la derecha. Había un carro Stalin mostrando su flanco, junto a un granero. Era un vehículo que no habíamos visto aún en el Sector Norte del frente. Dudamos por un momento pues el carro estaba dotado con un cañón extra-largo de 12,2 cm y era el primer carro ruso dotado de freno de boca en el cañón. Además, la silueta del Stalin tenía una cierta semejanza con la de nuestro Königstiger. Solo el tren de rodaje era típicamente ruso, lo que me llamó la atención en seguida tras dudar inicialmente, al igual que Kerscher. Disparé y el carro estalló en llamas.
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