
Al principio todo lo que se podía distinguir era un apagado murmullo a baja cota, que fue creciendo en intensidad hasta convertirse en un profundo y rítmico zumbido. El 17 de septiembre de 1944 hacía una preciosa tarde otoñal de domingo en la Holanda ocupada. En el sur de Holanda se podían ver nubes de puntos como enjambres de insectos aproximándose a la línea de frente alemana. «De repente distinguimos un zumbido fantasmagórico procedente del cielo», recordaba el leutnant Heinz Volz, del Fallschirmjäger Regiment Von Hoffmann, integrado en el 1 Ejército Paracaidista, encargado de cubrir las carreteras principales que corrían de sur a norte hacia Eindhoven. «Una enorme formación de transportes y planeadores se aproximaban desde más allá de la zona alemana volando a una altitud inusualmente baja». Tan sorprendida quedó la artillería antiaérea con esta aproximación masiva, y tan intimidada por los «incontables cazas» que sobrevolaban y se abalanzaban «minuciosamente» sobre sus posiciones, que desistió de abrir fuego. «Solo tierra adentro comenzó la flak a hacer fuego», recordaba Volz.
Dos enormes formaciones de aviones compuestas por 1.534 transportes, que remolcaban a 500 planeadores, volaban en rumbos paralelos norte y sur procedentes de los aeródromos situados en los alrededores de Grantham y Stamford y del centro sur de Inglaterra.