La defensa de Chugev durante la tercera batalla de Kharkov. Granaderos.

Los elementos de vanguardia del ataque se aproximaron vacilantes a nuestras posiciones. Ni una sola bala se había disparado hasta ese momento. Todo estaba tranquilo. No lograba divisar el sector de Bremer pero me mantuvieron constantemente informado a través de la compañía. Más y más rusos vinieron sobre la cresta y comenzaron a bajar la ladera. Toda ella estaba cubierta de pequeños puntos oscuros. De vez en cuando la vanguardia se detenía y escuchaba atentamente. No se oía nada, no se discernía ningún movimiento, así que luego continuaban avanzando hacia el oeste.

¿Y cuál era nuestra situación? Mis soldados estaban agazapados en sus pozos de tirador esperando la orden que los haría iniciar el combate: «¡Fuego!» Se estaban congelando. Habían estado expuestos al hielo, la nieve y la congelación durante días y días y mantenían sus armas pegadas a ellos con los dedos entumecidos, para colocarlas en el último segundo sobre la nieve endurecida y comenzar la lucha contra los soviéticos.

A través de mi auricular escuché la disminución de la distancia al blanco en el flanco izquierdo. Nunca había silencio en el teléfono. La artillería envió sus coordenadas. Bohr exclamó: «¡otros 500 metros!» Unos minutos más tarde solo 200 metros separaban a los rusos de la 1ª Compañía. Ésta solicitó permiso para disparar. Me negué a dar la orden. Ambos carros de combate soviéticos se movían ladera abajo para dar alcance a la vanguardia del ataque.

La voz de Bohr, que era el jefe provisional de la 1ª Compañía en sustitución de Bremer, volvió a susurrar por el auricular: «¡otros 100 metros!» La voz comenzó a mostrar cierta dosis de ansiedad cuando a 75 metros yo seguía sin reaccionar. Los carros de combate se encontraban a unos 150 metros de la posición cuando, a la orden de «Fuego», la muerte y la destrucción golpeó las filas soviéticas, siendo puesto fuera de combate uno de los carros de combate por un cañón de asalto. La cosecha de muerte fue espeluznante. De igual manera los elementos de retaguardia de las unidades rusas pronto cesaron cualquier movimiento. Habían caído en una trampa mortal; la ladera fue su perdición.

Quiero el libro

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